“Tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón, porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos” (Romanos 9:2, 3).
En el 56º Festival Internacional de Publicidad realizado en Berlín (celebrado en febrero de 2006), fue elegido como el mejor cortometraje uno titulado “Pollo a la carta”. La historia, basada en un hecho real, muestra el caminar nocturno de un hombre que recorre las calles y los negocios buscando restos de comida que han sido dejados como desechos o sobrantes.
El desperdicio de unos es la supervivencia de otros. Revuelve los cestos de basura y selecciona a la carta aquellas porciones que aún conservan el rótulo de alimentos comestibles. Al terminar el trabajo de búsqueda y selección, él regresa a su casa. Sin embargo, en el camino, va compartiendo en el vecindario parte de los “trofeos obtenidos”. Es consciente de las necesidades propias y de las ajenas. Los otros tienen hambre, y para ellos también hay alimento.
Produce mucha tristeza y dolor los miles, la mayoría niños, que diariamente desfallecen, viven al límite y mueren porque no pueden alimentarse como corresponde; y un dolor mayor aún por los que viven sin el Pan espiritual. Pablo siente tristeza y continuo dolor por su gente, por sus hermanos y por la salvación de los perdidos. ¿Cuánta tristeza y dolor sentimos nosotros por los que sufren sin esperanza?
Somos hambrientos alimentados y recuperados por el Pan de vida. Somos los privilegiados y responsables de compartirlo con nuestra familia, nuestros vecinos y todos los que están a nuestro alcance. ¿No somos nosotros los urgidos de llegar con el Pan antes de que sea demasiado tarde?
Nos conmovemos al saber que miles mueren por falta de alimento, y ¿qué hacemos por los miles que mueren o viven sin sentido por falta de Jesús? Elena de White, hablando del Señor, dijo: “Cuán espiritual era el alimento que impartía diariamente al distribuir el Pan de vida a miles de almas hambrientas. Su vida consistía en un viviente ministerio de la Palabra. Era la luz del mundo; señalaba a los hombres el camino, la verdad y la vida. Él mismo era el alimento de ellos” (Cada día con Dios, p. 281).
Necesitamos comer el Pan de vida todos los días para fortalecer nuestra comunión, y compartirlo con fidelidad para cumplir la misión. El mismo Jesús que dijo: “No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mat. 4:4) es el mismo que con toda autoridad en el cielo y la Tierra indica: “Dadle vosotros de comer” (Luc. 9:13).