“Porque la paga del pecado es muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6:23).
Hagamos un resumen de lo que el pecado nos quitó y lo que la gracia, o dádiva, puede restaurar. Tengamos en cuenta que el pecado es la separación voluntaria del Señor; y la dádiva es un donativo, o regalo, desinteresado e inmerecido. El pecado nos privó del árbol de la vida. La obediencia al mandato divino no solo era una prueba de amor y lealtad, sino de formación de un carácter dependiente de Dios, probado y aprobado. La gracia nos restaura el derecho al árbol de la vida. Hoy, promesa; en breve, realidad. Ese árbol es símbolo de la vida eterna que procede de la Fuente de vida.
El pecado nos colocó bajo sentencia de muerte. El destino final del pecador es la tumba, a través de un camino de dolor y sufrimiento. La gracia nos da la victoria sobre la muerte. El don de Dios es ofrecernos vida y vida en abundancia, incluso para aquellos que han pasado al descanso confiando en sus promesas, porque los que creen en él, aunque estén muertos, vivirán. El pecado nos arrojó afuera para ganar el pan con sudor, cansancio, esfuerzo y dolor. La gracia nos provee el maná escondido. Cristo es nuestro Maná, él es nuestro alimento y nuestro Pan de vida.
El pecado nos robó nuestro dominio. Pasamos de ser gobernantes del mundo a esclavos de Satanás. La gracia nos da autoridad sobre todas las naciones, ya que Dios restaura nuestra dignidad. Hoy somos parte del Reino de la gracia, y en breve, en su regreso, seremos parte del definitivo Reino de la gloria, que desmenuzará todos los otros reinos simbólicos y perdurará para siempre. El pecado nos dejó desnudos, física y espiritualmente. Nos quitó la inocencia y el pudor; nos trajo culpa y vergüenza. La gracia nos concede vestiduras blancas, que representan la justicia de Cristo, que nos es contada como justicia.
El pecado nos alejó de la presencia de Dios. Adán y Eva se escondieron, y nosotros hacemos lo mismo. Pero ¿a dónde iremos? En cambio, la gracia nos promete que siempre estaremos en su presencia. El Señor nos busca, no para condenarnos, sino para darnos otra oportunidad y asegurarnos que un día recuperaremos el vivir para siempre en su presencia. El pecado nos devuelve al polvo. El hombre fue hecho del polvo de la tierra, y allí volverá. La gracia nos coloca en el Trono de Dios para ser reyes conjuntamente con él.
¡Gracias, Señor, por tu gracia, que nos concede todo este bien presente y el eterno!”