“¿Qué, pues? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la Ley, sino bajo la gracia? ¡De ninguna manera!” (Romanos 6:15).
¿Creer u obedecer? ¿Qué viene primero? La respuesta es clave, ya que la comprensión de la armonía entre creer y obedecer nos permitirá diferenciar entre libertad y libertinaje. Sin duda, primero está el creer, porque el pecador está muerto en sus pecados, y un muerto nada puede hacer. Ya hemos visto que somos justificados por la gracia del Señor, que recibimos por la fe. Algunos piensan que somos justificados por la fe y santificados por las obras. Pero la obediencia también es resultado de la fe, que nos lleva a una vida dependiente del Señor.
Tenemos toda la libertad para hacer el bien. No hay libertad para hacer el mal. Quien no usa la libertad de manera responsable en el marco de la ley, pierde su libertad. Hay una verdadera y una falsa libertad. Adán y Eva vivieron la falsa libertad, no se sujetaron a la voluntad de Dios y dejaron de ser libres. Cayeron en libertinaje y se hicieron esclavos del pecado. El libertinaje es el abuso de la libertad, para hacer lo que se quiere sin reglas, ni respeto ni ley.
Si quebramos la ley que nos protege perdemos nuestra libertad, porque la misma ley que protege la libertad de los que la respetan pone en la cárcel a los infractores. No somos libres para no obedecer la Ley de Dios. Pensar que el Señor nos libera para que podamos hacer lo que queramos es desvirtuar el sacrificio de Cristo tanto como pensar que podemos ser salvos por nuestra propia obediencia.
La gracia, como el agua, limpia nuestra suciedad del pecado. El papel de la Ley, como un espejo, es mostrar nuestra suciedad y llevarnos al agua de la gracia de Cristo. Romper el espejo porque no sirve para limpiar es distorsionar su propósito. Entonces, ¿vamos a desobedecer la Ley porque no estamos bajo la Ley sino bajo la gracia? Pablo respondió: “¡De ninguna manera!” Exactamente lo mismo hizo Jesús con la mujer sorprendida en adulterio (Juan 8:1-11): no la limpió con la Ley, sino con su gracia, su amor y su poder perdonador. Reflotó su vida del abismo de la culpa y del pecado, y luego le dijo que se fuera, pero que no pecara más.
Sujeta hoy tu vida a Cristo y a su Ley. “No ganamos la salvación con nuestra obediencia; porque la salvación es el don gratuito de Dios, que se recibe por la fe. Pero la obediencia es el fruto de la fe […]. He aquí la verdadera prueba. Si moramos en Cristo, si el amor de Dios está en nosotros, nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, nuestros designios, nuestras acciones, estarán en armonía con la voluntad de Dios, según se expresa en los preceptos de su santa Ley” (Elena de White, El camino a Cristo, p. 61).