“Ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor” (Rom. 8:39, NVI).
Me encantan los mapas. El que tengo al lado de mi cama tiene bien marcados los relieves con diferentes colores. En su caso, el celeste oscuro marca las zonas más profundas. Y el celeste más oscuro de todos se posa sobre las Islas Marianas, más específicamente en su extremo sur. El abismo de Challenger es el punto más profundo que se ha medido en los océanos.
James Cameron, el renombrado director de cine, descendió en el Deepsea Challenger hasta los 10.898 metros de profundidad. Y así se convirtió en la primera persona que bajó sola al punto más profundo de la tierra.
Pero en realidad, hace más de dos mil años, mi “director de cine” favorito bajó mucho más que eso, también solo y con un desafío. Pero no para batir récords, sino para cambiar todas nuestras historias; las personales, esas que a veces no se escriben en los libros de historia o no aparecen en las noticias. Sin embargo, gracias a él, pueden quedar registradas en el libro más importante: el de la vida.
El hombre ha llegado a la cima del Everest y también a la sima Challenger. Pero Jesús se humilló hasta el polvo y ascendió a los cielos. No hay límites mayores que los que él traspasó por nosotros.
Quizá ves que la gente alrededor festeja los logros humanos y olvida a quien nos dio libertad y volverá a buscarnos. Quizá ves que tus esfuerzos por hacer el bien a veces pasan desapercibidos. Quizá parece que Dios está demasiado lejos como para acercarte a él. Pero no olvides que las profundidades para él son algo relativo. Ojalá no te concentres tanto en la profundidad del pecado en que estamos inmersos, sino que captes la profundidad de su amor.
Ojalá hoy pases de la sima a la cima. Que esa única letra de diferencia la pueda hacer él. Que lo dejes mostrarte cuán cerca está.
Y es que “ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor” (Rom. 8:39).