Dios nos ha rodeado del hermoso escenario de la naturaleza para atraer e interesar la mente. Es su propósito que asociemos las glorias de la naturaleza con su carácter. Si estudiamos fielmente el libro de la naturaleza hallaremos que es una fuente fructífera para la contemplación del amor infinito y el poder de Dios.
Muchos enaltecen la habilidad artística que produce bellas pinturas en la tela. Muchos dedican al arte todas las facultades del ser. Y cuánto dista, no obstante, del natural. El arte no logrará nunca la perfección que se ve en la naturaleza. Muchos cristianos profesos pueden contemplar extasiados la pintura de una puesta de sol. Rinden culto a la habilidad del artista, pero pasan por alto con indiferencia la verdadera y gloriosa puesta de sol que tienen el privilegio de contemplar cada tarde sin nubes.
¿De dónde obtiene el artista su modelo? De la naturaleza. Pero el gran Artista Maestro ha pintado sobre la tela cambiante del cielo las glorias del sol poniente. Ha pintado los cielos de oro, plata y carmín como si estuviesen abiertos los portales de los altos cielos, para que veamos sus fulgores y nuestra imaginación conciba la gloria que hay en su interior. Muchos apartan indiferentemente la mirada de esta pintura celestial. No llegan a ver expresados en las excelentes bellezas de los cielos el infinito amor y poder de Dios, y en cambio se extasían al contemplar y rendir culto a pinturas imperfectas, a imitaciones del Artista Maestro (Review and Herald, julio 25, 1871).