El mismo gran Dios es amante de lo hermoso. Nos ha dado evidencia inconfundible de ello en la obra de sus manos. Plantó para nuestros primeros padres un hermoso jardín en Edén. La tierra produjo toda clase de árboles majestuosos, para utilidad y adorno. Fueron formadas las hermosas flores, de raro encanto, de todos los tonos y matices, y perfumaron el aire. Los alegres pájaros cantores, de variado plumaje, entonaron sus cánticos de alabanza al Creador. Era el propósito de Dios que el hombre hallase la felicidad atendiendo las cosas que él había creado, y que satisficiese sus necesidades con los frutos de los árboles del jardín.
Dios, que hizo el hogar de nuestros primeros padres en Edén encantador en gran manera, ha dado también para nuestra felicidad los nobles árboles, las hermosas flores y todo lo bello de la naturaleza. Nos ha dado estas muestras de su amor para que tengamos un concepto acertado de su carácter.
Ha implantado en el corazón de sus hijos el amor a lo bello. Pero muchos han pervertido este amor. Los beneficios y las bellezas que Dios nos ha otorgado han sido adorados, mientras el glorioso Dador ha sido olvidado. Es ésta una necia ingratitud. Deberíamos reconocer el amor de Dios hacia nosotros en todas sus obras creadas, y nuestros corazones deberían responder a estas evidencias de su amor, dándole sus mejores y más sagrados afectos.