“Den gracias a Dios por todo, porque esto es lo que él quiere de ustedes como creyentes en Cristo Jesús”. 1 Tes. 5:18.
Hace un tiempo, al ir de compras al mercado, me llevé una agradable sorpresa. Un niño pequeño y su madre conversaban por el pasillo. El pequeño hablaba en voz muy alta, de manera que pude escuchar a la perfección lo que decía: “Mami, gracias por tantas cosas ricas que estás comprando para mí, para mis hermanos y para mi papá”. Sorprendida, me adelanté un poco para ver su rostro y, cuando me vio, movió su mano pequeña en señal de despedida.
Salí de allí y camino a casa todavía resonaban en mis oídos sus palabras. Me pregunté: ¿De dónde emerge su gratitud? Deduje que en el hogar y de los labios de sus padres ha escuchado y aprendido a decir “gracias”.
La gratitud despierta sentimientos que proveen bienestar. Vivimos en una sociedad que cree que lo merece todo: los hijos exigen a sus padres bienes materiales, sin siquiera darse cuenta del sacrificio que requieren; los esposos reciben atenciones de parte de sus esposas asumiendo que solo cumplen con su deber; muchas esposas concluyen que los recursos que sus esposos llevan a casa es lo menos que pueden hacer. Poco se escucha la palabra “gracias”. El Señor nos exhorta diciendo: “Den gracias al Señor, porque él es bueno, porque su amor es eterno” (Sal. 118:1).
La gratitud no es, como muchos piensan, pagar por un favor recibido; es una actitud que nace del corazón; es una disposición interior que se proyecta exteriormente. La persona agradecida se alegra por los bienes recibidos de parte de Dios, como la salud, la vida, el bienestar o la amistad. Amiga, será bueno que cada amanecer y al terminar el día agradezcas, recordando todo lo recibido de Dios y de las personas que conviven contigo. La gratitud es un valor que hay que “sembrar” poco a poco en el corazón de los niños y los jóvenes; es un hábito que debemos cultivar. Como dice la autora Joyce Meyer: “La gratitud mantiene al diablo lejos, pero cuando nos quejamos, llega de nuevo y para quedarse”.
Para desarrollar gratitud:
Reconoce lo que Dios hace por ti cada día.
Reconoce lo que otros hacen por ti cada día.
Exprésate con palabras y expresiones que muestren ese reconocimiento.