Los hombres de más alta inteligencia no pueden entender los misterios de Jehová revelados en la naturaleza. La inspiración divina hace muchas preguntas a las cuales los sabios más profundos no pueden responder. Estas preguntas no fueron hechas para que las contestáramos, sino para que llamaran nuestra atención a los profundos misterios de Dios y nos enseñaran que nuestra sabiduría es limitada; que en la esfera en que nos movemos en la vida cotidiana hay muchas cosas que superan a la inteligencia de los seres finitos.
Los escépticos se niegan a creer en Dios porque no pueden abarcar el infinito poder por medio del cual se revela. Pero hay que reconocer a Dios tanto por lo que él no nos revela acerca de sí mismo como por lo que está al alcance de nuestra limitada comprensión. En la revelación divina y en la naturaleza, Dios ha escondido misterios que nos imponen la fe. Y así debe ser. Bien podemos estar siempre escudriñando, investigando y aprendiendo, y seguir encontrándonos, sin embargo, frente a lo infinito (El ministerio de curación, p. 338).
El que ha escogido a Cristo se ha unido a un poder que ninguna sabiduría ni fuerza humana alguna puede quebrantar…
“¿A qué, pues me haréis semejante o me compararéis? dice el Santo. Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas; él saca y cuenta su ejército; a todas llama por sus nombres; ninguna faltará; tal es la grandeza de su fuerza, y el poder de su dominio. ¿Por qué me dices, oh Jacob, y hablas tú, Israel: ¿Mi camino está escondido de Jehová, y de mi Dios pasó mi juicio? ¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance. Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán”. Isaías 40:25-31 (Testimonios para la iglesia, t. 8, pp. 46, 47).
Dios invita a los hombres para que contemplen los cielos. Vedlo en las maravillas de los cielos estrellados. [Se cita Isaías 40:26.] No solo debemos contemplar los cielos, debemos considerar las obras de Dios. Él quiere que estudiemos las obras de lo infinito y que por ese estudio aprendamos a amarlo, reverenciarlo y obedecerlo. Los cielos y la tierra, con sus tesoros, deben enseñar las lecciones del amor, el cuidado y el poder de Dios…
Dios exhorta a sus criaturas para que aparten su atención de la confusión y perplejidad que las rodean, y admiren su obra. Los cuerpos celestes merecen ser contemplados. Dios los ha hecho para el beneficio del hombre, y mientras estudiamos sus obras, ángeles de Dios estarán a nuestro lado para iluminar nuestra mente y guardarla del engaño satánico. Cuando contempléis las maravillosas cosas que ha hecho la mano de Dios, que vuestro orgulloso y necio corazón sienta su dependencia e inferioridad. Cuando consideréis estas cosas, comprenderéis la condescendencia de Dios (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 4, p. 1167).