“Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18).
Pablo parece contrastar el presente y el futuro: aflicciones de hoy por gloria de mañana, lo temporal por lo eterno. En verdad, es un contraste incontrastable e incomparable. El apóstol ya había sufrido mucho, y mucho sufrimiento más le aguardaba por causa del evangelio, hasta su martirio. Igualmente, por experiencia y por revelación, él tiene por cierto y asegura que las aflicciones son leves y pasajeras en comparación con la gloria, que es inmensa y eterna. Es como si Pablo tuviera en sus manos una antigua balanza de dos platos: en uno de ellos coloca los sufrimientos presentes; y en el otro, la gloria eterna.
El sufrimiento es a causa del pecado. Sufrimos de manera directa cuando cosechamos lo que sembramos; o de manera indirecta, por la existencia del mal en el mundo. Sufrimos por enfermedad, desengaños, falta de trabajo, falta de recursos, injusticia, frustraciones, soledad, culpa, odio y todo otro dolor del tiempo presente. Podemos sufrir también por causa del evangelio, al vivir y compartir la fe, al dar testimonio de la verdad y del Señor. Aun en medio de tanto dolor, necesitamos recordar que es temporal y que tiene un límite. La gloria de Dios es consecuencia de la gracia. Es ilimitada y eterna. Pero ¿solo en la eternidad? ¿Podemos tener un anticipo de esa gloria en esta Tierra? Es posible “algo” de gloria en el presente para contrastar con lo “mucho” de aflicciones. Si todos nuestros días presentes son de aflicción, comparados con los días interminables de gloria, igual vale la pena. No importa la cantidad y la severidad de nuestros sufrimientos presentes, quedan insignificantes al compararlos con la gloria eterna. Pero, además de la esperanza del mañana, necesito fuerzas para hoy.
La gloria que muy pronto será revelada incluye el resplandor brillante del regreso de Cristo. Los justos vivos serán transformados, y los justos que descansan serán resucitados, para recibir la gloria, la vida de Dios para siempre. Los injustos que vivan no podrán soportar el resplandor de la gloria de la venida de Jesús. Los justos trasladados al cielo, de regreso a la Tierra, compartirán la gloria de Dios por toda la eternidad.
Experimentando la paz, el perdón, el consuelo, la esperanza, y en el cumplimiento de la misión viendo los milagros de Dios que transforman vidas, tenemos un anticipo de la gloria venidera. Romanos 8:1 dice que tenemos que aguardar esa manifestación con deseo ardiente; es decir, con la cabeza levantada, seguros, confiados, fieles y comprometidos, porque desde su serena eternidad Dios está en el control de todas las cosas.