«El amor debe ser sincero. Aborrezcan el mal; aférrense al bien»
(Rom. 12:9).
El doctor Mounce tenía dos facetas. Una era linda. Podías ver inmediatamente que era amistoso y enérgico. Era generoso y estaba interesado en non ayudar a la gente. Quizá por eso llegó a ser médico.
En contraste con esta faceta linda, estaban sus bolígrafos. El doctor Mounce regalaba muchos bolígrafos con mensajes impresos en ellos. Los mensajes eran tan insolentes como si te pegaran en la cara con una comadreja mojada. Este es un ejemplo:
«Los consumidores de tabaco tienen halitosis; su cuerpo, su ropa, su hogar apestan… dan vergüenza».
Este es otro mensaje que regalaba en bolígrafos: «Cincuenta mil personas dejaron de fumar la semana pasada. Murieron. Quizá tú seas el próximo».
El doctor Mounce simplemente odiaba el tabaquismo. Veía cómo perjudicaba a sus pacientes, y quería exterminar ese hábito de sobre la faz de la tierra.
«Deja de fumar hoy», decía uno de sus bolígrafos. «Dale tiempo a tu cuerpo para recuperarse del hábito inmundo y mortal. Sé feliz contigo mismo”.
Parece que el buen doctor había descubierto cómo amar a los pecadores y odiar el pecado. Odiar el pecado es el comienzo para deshacernos de él. El odio a la esclavitud fue lo que terminó con esa práctica.
Un líder del cristianismo primitivo, llamado Ignatius, dijo: «Es imposible para un hombre ser liberado del hábito del pecado antes de odiarlo, así como es imposible recibir el perdón antes de confesar las transgresiones».
¿Hay un pecado en tu vida que estás comenzando a odiar? Si es así, sé dónde pueden grabarte algunos bolígrafos. Kim