«Pero Jesús, volviéndose y mirándola, dijo: Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado. Y la mujer fue salva desde aquella hora; (Mateo 9: 22).
Jesús se dirigía hacia la casa de Jairo mientras una gran multitud le seguía. Entre tantos seguidores se encontraba una mujer que, durante doce años, había sufrido una enfermedad debilitante. Médicos y medicinas le habían consumido todo lo que tenía, hasta que un día oyó hablar de Jesús y de sus milagros, reviviendo la esperanza de su corazón y convenciéndose de que él la sanaría. Pero la muchedumbre amontonada, entre la agitación y el bullicio, dificultaba el paso de esta tímida y frágil mujer. A pesar de ello, Cristo pasó muy cerca, tan cerca como la distancia de un brazo. ¿Dejaría pasar esta oportunidad? Ya estaba acostumbrada a sus repetidos fracasos, ¡pero ahora parecía tan cerca de su liberación! ¿Se alejaría resignada? ¡Nada de eso! Con determinación, se dijo: «Con solo tocar su manto, seré salva» (vers. 21). Al instante, extendió su mano y le tocó, sintiéndose libre de su azote. Era todo lo que había ido a buscar, y ahora, con fuerza y vigor, podía regresar tranquila. Pero Jesús no quiso que esto pasara desapercibido. Buscó entre la multitud a quien lo había tocado con fe, esperó hasta que la mujer diera su testimonio y amablemente le dijo: «Ten ánimo, hija; tute te ha salvado».
Del mismo modo, hay quienes necesitan un encuentro personal con el Salvador, pero se sienten entorpecidos por la agitación y el bullicio de la vida. Otros carecen de fuerzas para llegar hasta él. Aun así, Cristo pasa muy cerca, tan cerca, como la distancia de una oración. Sabemos que todo lo que pidamos orando, podemos creer que lo recibiremos, y lo tendremos Marcos l l: 24. <<Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho» (1 Juan 5: 15). La única condición para ello es pedir según la voluntad de Dios. «La voluntad de Dios es «perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad» y «adoptarnos como miembros de su familia […]. De modo que podemos pedir a Dios estas bendiciones, creer que las hemos recibido y darle gracias por haberlas recibido» (El camino a Cristo, cap. 6, pp. 78-79).
En este día te invitamos a echar mano de la oración. No desperdicies la oportunidad de recibir sus bendiciones. Más allá de la confusión reinante, puedes elevar una oración a Dios con la certeza de no pasar desapercibido. Todo el que se aferre al Salvador, de esta manera, escuchará las consoladoras palabras: «Ve en paz; tu fe te ha salvado» (Lucas 7: 50).
Tomado de: Lecturas Devocionales para Adultos 2020
«Buena Medicina es el Corazón Alegre»
Por: Julián Melgosa – Laura Fidanza.
Colaboradores: Ricardo Vela & Paty Solares