Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, a los cuales él ha llamado de acuerdo con su propósito. Rom. 8:28.
En su libro 502 ilustraciones selectas, José Luis Martínez menciona un dato muy interesante sobre el mercurio. Dice que en China, hace mucho tiempo existía un método peculiar para trabajar el mercurio hasta hacerlo idóneo para la fabricación de espejos. El método era el siguiente: cuando el mercurio era echado al fuego para su fundición, un obrero iba revisando poco a poco el avance del proceso con un cucharón especial. Con ese cucharón, sacaba del caldero toda la espuma que flotaba en la superficie, y que era en realidad el material de desecho que salía a flote. Es decir: era todo aquello que no servía. Este trabajo se hacía constantemente, hasta que se eliminaba todo lo sobrante. Cuando, al mirarse en la superficie, la imagen del obrero se reflejaba nítida, este sabía que el mercurio estaba listo para convertirse en un espejo. Ese era el momento de apagar el fuego.
Dios usa un método similar con nosotras. Él, desde el Cielo, nos mira como un artista que nos va puliendo. Y nos ve atravesar las diversas pruebas, vicisitudes, dificultades y tribulaciones de la vida. Ve cómo nos va transformando el fuego que atravesamos, y entiende que ese es nuestro proceso de fundición hasta llegar a reflejar a su Hijo. Todos tenemos que pasar por ese proceso. Poco a poco, el Señor va revisando el avance, acercándose para comprobar si, una vez eliminado todo aquello que sobra de nuestra vida (y a lo que tanto nos aferrábamos antes de pasar por el fuego de la prueba), la imagen de su Hijo amado Jesucristo se refleja de manera nítida en nosotras, en nuestro carácter, en nuestra manera de vivir. Si es así, entonces dice: Patricia está lista para ser una cristiana de verdad, ahora puedo usarla para la que siempre fue mi intención con ella.
Dice el apóstol Pablo: Estoy seguro de que Dios, que comenzó a hacer su buena obra en ustedes, la irá llevando a buen fin hasta el día en que Jesucristo regrese (Fil. 1:6). Yo también estoy convencida de ello, porque lo veo en mi propia vida. Por eso no tiene sentido evitar las pruebas o considerarlas como algo indeseable. Si nos pulen, nos transforman y nos dan la humildad que necesitamos para depender de Dios, son un recurso imprescindible para nuestro crecimiento cristiano.