«Yo amo a los que me aman, y dejo que me hallen los que en verdad me buscan» (Proverbios 8:17).
¿A qué se refiere el Señor cuando dice: «No tomaras en vano el nombre del Señor tu Dios, porque yo, el Señor, no consideraré inocente al que tome en vano mi nombre»? (Éxodo 20:7).
En las Escrituras, el nombre indicaba aquello por lo que una persona o un objeto podían ser conocidos. El concepto bíblico de poner un nombre se fundamentaba en la antigua noción de que un nombre expresa la esencia de quien los llevaba. Es decir, conocer el nombre de una persona, un lugar o un objeto era conocer el carácter y la naturaleza de quien lo poseía. Así es como vemos a Adán poniéndole nombre a los animales de acuerdo con su naturaleza (Génesis 2:19,20). En el caso de Dios, en la Biblia, su nombre y su persona están inseparablemente relacionados. No obstante, como es imposible reflejar su carácter de una sola manera, en la Escritura se revela bajo diferentes nombres, los cuales dejan ver su multiforme gracia. A través de sus diversos nombres, el Señor podía revelarse a su pueblo para darle la seguridad de su presencia.
Por lo tanto, ¿cuál es el sentido del tercer mandamiento? En realidad, Dios está diciendo: «Yo soy una persona real y no una idea abstracta o un mito humano. No juegues conmigo ni con las cosas sagradas». «Aprende a respetar todo lo que evoca mi persona: mi Libro santo, mi lugar de culto, mis mensajeros, mi día de descanso, mis ritos y ceremonias especiales». La palabra clave es reverencia. Sí, reverencia es deferencia, alabanza, adoración. Reverencia es el respeto del Señor. Y aunque es cierto que mucha gente insulta, denigra y desprecia abiertamente al Dios de la Biblia, la advertencia de las Escrituras es que un día recibirá su debida sanción.
Aquellos que son reverentes no pueden olvidar una gran verdad de parte de Dios: «No me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que os pongáis en camino y deis fruto abundante y duradero» (Juan 15:16, BLP). Es decir, que no hemos de colocarnos como el centro de nuestra experiencia espiritual, imponiendo algún tipo de exigencia o actitud a la hora de adorar a Dios, como si se tratara de un favor que hacemos al cielo, sino concentrarnos en el Padre celestial, recordando que es él a quien le debemos la salvación y la oportunidad de vivir.
Este día dale lo mejor de tu vida al amoroso Dios y conócelo como es tu privilegio.
Tomado de: Lecturas Devocionales para Jóvenes 2020 «Una Nueva Versión de Ti» Por: Alejandro Medina Villarreal Colaboradores: Israel Esparza & Ulice Rodriguez