Los ministros de Dios habrán hecho su última tarea, ofrecido sus últimas oraciones, derramado sus últimas lágrimas amargas por una iglesia rebelde y un pueblo impío. Su última solemne amonestación ha sido dada. Entonces, aquellos que han profesado la verdad y no la han practicado, ¡cuán rápidamente darían casas y terrenos, dólares que han sido acumulados miserablemente y conservados en forma mezquina, para recibir algún consuelo, para que se les explique el camino de salvación, o para oír de sus ministros una palabra de esperanza, o una oración o una exhortación! Pero no, deberán padecer hambre y sed en vano; su sed nunca será saciada, ni podrán obtener consuelo. Sus casos están decididos y fijados para siempre. Es un tiempo temible, terrible.—Manuscrito 1, 1857.
En el tiempo cuando caigan los castigos de Dios sin misericordia, oh, ¡cuánto envidiarán los impíos la condición de los que habitan “al abrigo del Altísimo”: el pabellón en el cual oculta el Señor a todos los que lo han amado y han obedecido sus mandamientos! Para los que sufren a consecuencia de sus pecados, ciertamente será envidiable la suerte de los justos en un tiempo tal. Pero después que termine el tiempo de gracia, la puerta de la misericordia se cerrará para los impíos; no se ofrecerán más oraciones a su favor.—Comentario Bíblico Adventista 3:1168 (1901).