«Porque un niño nos ha nacido, hijo nos ha sido dado, y el principado sobre su hombro. Se llamará su nombre -Admirable consejero’, «Dios fuerte», «Padre eterno», «Príncipe de paz*» (Isaías 9: 6).
Todas nuestras esperanzas se concentran en el Salvador. Esperanza de ayuda ante las dificultades cotidianas, porque aunque cada día trae su propio mal (Mateo 6: 34), también trae la evidencia de un nuevo socorro. Esperanza de sanidad y de alivio de sufrimiento físico o mental, al seguir los principios de salud mientras esperamos la manifestación gloriosa del Hijo de Dios. Esperanza de perdón, porque cada vez que fallamos podemos mirar a Cristo y confiar en su misericordia. Esperanza de restauración, porque frente a los conflictos y quebrantos, la presencia del Salvador asegura paz y armonía. Esperanza de justicia frente a los abusos y la violencia; y esperanza de que la justicia de Cristo nos sea imputada en el juicio final. Esperanza de vida eterna, porque hacia el final de la vida él puede ayudarnos a descansar en paz. Esperanza de que no nos olvida y vendrá a rescatarnos, tal como lo prometió.
Es increíble cómo un Salvador tan poderoso, capaz de dar ayuda, salud, perdón, restauración, paz, justicia y vida eterna, se haya presentado al mundo como un niño. Libre de brillos o atractivos, el Rey del cielo prefirió manifestarse como un bebé. ¡Pero cuán pocos son los que reconocen este don! Apenas unos pastores y tres hombres de ciencia guiados por los ángeles son llevados hasta el Príncipe de la vida. Y en el pequeño que descansa <<envuelto en pañales» y «acostado en un pesebre» (Lucas 2: 12 son capaces de vislumbrar al Redentor del mundo. ¿Qué sucedió con los sacerdotes? ¿Por qué no lo adoraron los religiosos de su época?
El mundo no está más preparado hoy que entonces para recibir a Cristo. Desea un Salvador que los libre de todos sus problemas, les colme de bendiciones y los haga grandes y potentes; y se rehúsa a transitar el sendero de la pobreza, el rechazo y el sufrimiento que caracterizó la vida del niño de Belén.
El mundo no está más preparado hoy que entonces para recibir a Cristo. No está preparado para apreciar su carácter ni para reconocerlo en la vida de aquellos que manifiestan su nombre.
El asunto es saber si estamos preparados para reconocerlo cada uno de nosotros. Si en él se concentran todas nuestras esperanzas, ¡cuán importante es aprender a identificarlo! i Cuán importante es verlo en la persona de los sufrientes y necesitados! ¡Cuán importante es ponernos en las manos de Dios!
¿Dejaremos un espacio para meditar en ello en este día?
Tomado de: Lecturas Devocionales para Adultos 2020
«Buena Medicina es el Corazón Alegre»
Por: Julián Melgosa – Laura Fidanza.
Colaboradores: Ricardo Vela & Paty Solares