Nuestro Padre celestial no exige ni más ni menos que aquello que él nos ha dado la capacidad de efectuar. No coloca sobre sus siervos ninguna carga que no puedan llevar. “El conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo”(Salmos 103:1). Todo lo que él exige de nosotros podemos cumplirlo mediante la gracia divina.
“A todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará”(Lucas 12:48). Se nos hará individualmente responsables si hacemos una jota menos de lo que podríamos efectuar con nuestra capacidad. El Señor mide con exactitud toda posibilidad de servicio. Hemos de dar cuenta tanto de las facultades no empleadas como de las que se aprovechan. Dios nos tiene por responsables de todo lo que llegaríamos a ser por medio del uso debido de nuestros talentos. Seremos juzgados de acuerdo con lo que debiéramos haber hecho, pero no efectuamos por no haber usado nuestras facultades para glorificar a Dios. Aun cuando no perdamos nuestra alma, en la eternidad nos daremos cuenta del resultado de los talentos que dejamos sin usar. Habrá una pérdida eterna por todo el conocimiento y la habilidad que podríamos haber obtenido y no obtuvimos.
Pero cuando nos entregamos completamente a Dios y en nuestra obra seguimos sus instrucciones, él mismo se hace responsable de su realización. El no quiere que conjeturemos en cuanto al éxito de nuestros sinceros esfuerzos. No debemos pensar en el fracaso. Hemos de cooperar con Uno que no conoce el fracaso.
No debemos hablar de nuestra propia debilidad o incapacidad. Esto es una manifiesta desconfianza en Dios, una negación de su Palabra. Cuando murmuramos a causa de nuestras cargas, o rechazamos las responsabilidades que él nos llama a llevar, estamos prácticamente diciendo que él es un amo duro, que exige lo que no nos ha dado poder para hacer.—Palabras de Vida del Gran Maestro, 341, 342.