La antigua ciudad de Roma tenía una población de judíos casi igual que la que había en Jerusalén. El emperador Pompeyo llevó una gran cantidad de judíos a Roma como esclavos. Posteriormente, la historia demuestra que el emperador Claudio trató a los judíos contradictoriamente: primero, les concedió libertad de culto y les otorgó derechos como ciudadanos, pero, desafortunadamente, no continuó siendo amable con ellos. De acuerdo al historiador Suetonio en su obra Vida de Claudio, los judíos fueron expulsados de Roma en el año 49 d. C., porque «bajo la instigación de un cierto Cresto, provocaban fuertes tumultos».
Cresto probablemente es una mala pronunciación de Cristo. Durante el reinado de Claudio, el evangelio llegó a Roma. Muchos judíos llegaron a creer en Jesús como el Cristo; otros no lo aceptaron. Los que rechazaron a Jesús como el Cristo empezaron disturbios contra los que sí lo aceptaron. La solución de Claudio a esta agitación social fue expulsar a todos los judíos. El Libro de los Hechos menciona este suceso histórico en un breve comentario sobre Aquila y Priscila, quienes habían llegado procedentes de Roma «por cuanto Claudio había mandado que todos los judíos salieran de Roma» (Hech. 18: 2).
La expulsión de los judíos de Roma por parte de Claudio habría alterado drásticamente el sentimiento cultural de las iglesias locales de Roma. Estas iglesias fueron fundadas por los conversos judíos y habrían tenido un sentimiento cultural claramente judío. Los griegos que llegaron a convertirse en creyentes de Jesús se integraban a estas iglesias judías. Con la expulsión de los judíos de Roma, estas congregaciones que una vez habían sido culturalmente judías, habrían comenzado a asumir un sentimiento cultural claramente diferente.
Cuando Claudio murió, en el año 54 d. C., el decreto que prohibía a los judíos vivir en Roma dejó de tener vigencia. Los judíos eran libres de regresar y muchos regresaron. Cuando llegaron a Roma, seguramente se sorprendieron muchísimo ante lo que encontraron. Sus iglesias habían cambiado y esos cambios no les parecían bien. Empezaron a reñir por sus diferentes opiniones (ver Rom. 14: 1).
Esta dinámica social y cultural es una de las razones por las que Pablo menciona primero a los judíos y después a los griegos en Romanos 1: 16. Esta expresión se repite frecuentemente (2: 9-11; 3: 21-24, 28-30; 4: 3-16; 9: 8, 22-33; 10: 11-13; ll: 32; 15: 7-12; 16: 25-27). La repetición de estas frases no es un elemento retórico para que la Carta suene bien, sino que va al corazón de lo que Pablo está tratando de lograr al escribirla. A través de la verdad del evangelio, Pablo está tratando de facilitar un contexto social que fomente la unidad entre los judíos y los griegos.
El evangelio reconoce la universalidad del problema del pecado y de la pro mesa de salvación. La ira de Dios es «contra toda impiedad e injusticia» (Rom. 1: 18) no solo contra la de aquellos que tendemos a despreciar. Tanto judíos como griegos están bajo pecado (3: 9). El evangelio «es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree, del judío primero y también del griego» (Rom. 1: 16). Nuestra solidaridad en el pecado y la solidaridad de los creyentes en el evangelio tiene el poder para unir a la iglesia sean cuales sean nuestras diferencias culturales.
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Lección de Escuela Sabática Para Jóvenes Universitarios 2021.
1er trimestre 2021 “Carta a los ROMANOS”
Lección 1: «EL PODER DEL EVANGELIO«
Colaboradores: Israel Esparza & Misael Morillo