«Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente ha imaginado lo que Dios tiene preparado para quienes lo aman.» 1 Corintios 2:9
Una nochebuena hace algunos años, me senté bajo el árbol de Navidad iluminado en la casa de mis padres. Toda la familia se había reunido para nuestra tradición de abrir regalos: de uno a la vez, del más joven al más anciano.
La más joven era Julie mi sobrina. Abrió su regalo y descubrió una muñeca. La miró con amor y la abrazó. Sacamos algunas fotos y ella acuñó muy feliz a su muñeca mientras pasábamos al siguiente familiar.
Su hermano, Sam, abrió una caja de Legos. «¡Oh, Leguitos!», exclamó. «¡Gracias!» Corrió hacia un lugar desocupado en la alfombra, dio vuelta la caja de ladrillitos, y comenzó a armar y a jugar con ellos.
Luego de haber completado la ronda varias veces, comencé a notar un patrón en las reacciones. Julie ponían sus regalos en fila y los admiraba. Sam se turbaba para jugar con cada uno. Doug, mi cuñado, inmediatamente se puso a usar todos sus regalos: pronto tenía puestos dos pares de media, un cinturón nuevo, un sombrero, y una camisa a cuadros, mientras leía un libro de humor que había recibido.
Pero mi abuela alemana, era la más divertida. Recién había cumplido 94 años, y al abrir cada regalo, exclamaba: «Ach, ¡nunca había visto algo así!» o «¡Ach du liebe Zeit! ¡Nunca he visto algo tan lindo en mi vida!»
Nos parecía un poco difícil creer, considerando que había vivido y viajado tanto; sin embargo, verdaderamente, hacía que quienes les dábamos los regalos nos sintiéramos bien.
Esa fue la última Navidad de mi abuela en la Tierra. Y no puedo esperar a escucharla decir esas palabras otra vez; y esta vez sabré que son absolutamente ciertas: ¡Ach du liebe Zeit! ¡Nunca he visto nada como el cielo! ¡Nunca he visto algo tan lindo en toda mi vida!»
Estoy sumamente agradecida de que Jesús haya venido la primera vez; y aún más agradecida de que pronto volverá a buscar a mi abuela, y a todos los demás. Lori