La consagración a Dios de un diezmo de todas las rentas, ya fuesen de la huerta o de la mies, el rebaño o la vacada, el trabajo manual o intelectual; la consagración de un segundo diezmo destinado al alivio del pobre y otros usos benéficos, tendían a mantener siempre presente ante el pueblo el principio de que Dios es dueño de todo, y que ellos tenían la oportunidad de ser los canales por los cuales fluyeran sus bendiciones. Era una educación adaptada para acabar con todo egoísmo estrecho, y cultivar la grandeza y nobleza de carácter.—La Educación, 41.