Entonces Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo: «Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» Mar. 9:35, NVI.
Lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Era la primera campaña de evangelización en la que yo participé como predicadora. Aquellos fueron días de mucho estrés. Hubo noches en que llegaba corriendo a casa con mis dos hijos y, como tenía que terminar el sermón que iba a predicar, no les podía dar de cenar; no tenía tiempo para atenderlos. Preocupada por esa situación, le pregunté a Dios: Señor, ¿por qué estoy aquí?
¿Eres tú quien quiere que yo predique en esta campaña? Será que me equivoqué? Por favor, hazme saber claramente si debo dejar esta responsabilidad. Veo que mis pobres hijos tienen hambre y que yo estoy exhausta, no tengo energías para nada. Si es mejor que otra persona tome el relevo, por favor, dímelo claramente.
Esa misma noche, en medio de mi desconcierto, mi preocupación, mi incertidumbre, mi ansiedad y mi estrés, prediqué con tal fervor que yo misma me sorprendí. Entendí que el Espíritu Santo estaba haciendo una obra inmensa a nuestro favor. Prediqué sobre el cambio histórico de la observancia del sábado por el domingo y, al final, tras el llamado que hice a los presentes, se pusieron de pie ocho personas habiendo tomado la decisión de bautizarse.
Al terminar, una joven embarazada se acercó a mí para comentarme:
—Le pedí a Dios que esta noche me diera una prueba de si debía bautizarme y ser miembro de esta iglesia. Y me respondió a través de su sermón. Usted me ha hecho ver que la Biblia es demasiado clara con respecto a la ley de Dios. Ya no tengo dudas. Quiero que sepa que anduve por el mundo descarriada, con malas amistades, bebiendo alcohol y haciendo cosas peores, pero he decidido seguir a Cristo.
Tuve el privilegio de verla poco después bajar a las aguas bautismales, junto con otras siete personas más. Fue entonces cuando entendí que Dios siempre tiene el control. Así como Gedeón solicitó a Dios una prueba de que él era el elegido, yo hice mi propia solicitud a Dios, al igual que lo hizo la muchacha embarazada que decidió bautizarse. Dios nos escucha y transforma nuestra vida para que entremos a su servicio. Él quiere usarnos para llevar el evangelio a todo el mundo. ¿Quieres responder al llamado?