¿Correrá, pues, alguien el riesgo de retener de Dios lo que es suyo, haciendo así lo que hizo el siervo infiel que escondió en la tierra el dinero de su señor? ¿Trataremos, como dicho hombre, de justificar nuestra infidelidad, quejándonos de Dios y diciendo: “Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste, y recoges donde no esparciste; por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra: aquí tienes lo que es tuyo”?(Mateo 25:24, 25). ¿No presentaremos más bien nuestras ofrendas de gratitud a Dios (Youth’s Instructor, agosto 26, 1897).