Jefté huyó de sus hermanos y se fue a vivir a la región de Tob, donde reunió una banda de desalmados que junto con él salían a hacer correrías. Juec. 11:3.
Mientras yo lloraba, desconsolado, siguió contándome don Alfredo, se acercaron a mí niños de todos los tamaños y de todas las edades. Tenían la ropa sucia, al igual que sus caritas, y cada uno llevaba una cajita de madera como las de los limpiadores de zapatos de los parques. El mayor de ellos, de unos doce años, habló conmigo y todos hicieron silencio. ¿Qué te sucede?, me preguntó. «Que me acaban de echar de la casa», le respondí yo, inconsolable. ¡Otro más!, expresó el chicho más alto de todos. «Síguenos», añadió. Y yo los seguí.
Alfredo se fue a vivir con aquellos niños a una choza de lata y cartón. En aquel, su nuevo hogar, le enseñaron a fumar, a beber alcohol y a consumir drogas. ¡Pobre criaturita! La tragedia de este mundo es el pecado, y a Alfredo lo impactó por completo. A partir de aquel momento, para aquel hijo de la calle, la vida se convirtió en cometer delitos, uno detrás de otro. No eran muchas las opciones que tenía, pues se encontraba entre la espada y la pared.
Incluso en estos detalles de su experiencia, el caso de don Alfredo se parece al de Jefté. Tal y como menciona nuestro texto bíblico de hoy, Jefté reunió una banda de desalmados que junto con él salían a hacer correrías (Juec. 11:3). En otras palabras, Jefté se convirtió en el líder de un grupo de desocupados que salían a entretenerse en algo. Sin hogar, sin madre ni padre, sin el amor de un hermano, abandonado a su suerte, tomó un rumbo de desahogo que se puede comprender dadas las difíciles circunstancias que lo habían rodeado. Pero nuestro Dios, que no ve las cosas como las vemos nosotros, lo había elegido para una misión especial, sin tener en cuenta cómo fuera considerado por las gentes de la época. Al Señor no lo limitan nuestras limitadas, simplistas y prejuiciadas consideraciones humanas.
Querida amiga, si sientes que por tu difícil origen, por venir de un hogar disfuncional, por ser pobre, no tener estudios o considerarte inferior a otras mujeres, Dios no puede usarte, estás mirando las cosas desde un ángulo equivocado. Para Dios tú eres válida si te dejas usar por él. Da igual tu pasado. De hecho, tu pasado no determina tu presente.