«No te hagas amigo de gente violenta, ni te juntes con los iracundos» (Prov. 22:24).
Cuando estaba en el colegio secundario, una amiga de la familia me cortaba el cabello. Lorna trabajaba en una peluquería durante el día, pero venía a nuestra casa una tarde cada tanto mes y le cortaba el cabello a mi madre, y luego a mí, a un precio menor.
Bueno, Lorna era una peluquera talentosa, pero también era una amiga que se sentía cómoda abriéndose con nosotras. Le cortaba el cabello a mi mamá y charlaba sobre el divertido campamento que había disfrutado con su esposo. Corta-que-te-corta. Mi mamá le hacía preguntas interesantes, y Lorna charlaba con felicidad. Corta-que-te-corta.
«Gracias», le decía mi mamá al ver el resultado en el espejo de mano. «Sabes exactamente como trabajar con mi cabello rizado».
Pero a veces, Lorna no tenía un buen día. Mientras estaba de pie detrás de una de nosotras, en la cocina, ella despotricaba: «Entonces, mi esposo trae a casa este enorme par de parlantes». Corta-que-te-corta. «Y yo le dije: ¿Dónde vas a poner esas monstruosidades?'» Corta-que-te-corta. «¿Y cuánto salieron? ¡Podrías haberlo consultado con tu esposa!»
En esas tardes, los cortes no quedaban tan bien. Lamentablemente, yo estaba sentada en la silla la noche en que nos contó que se iba a divorciar de su esposo. «¡Él es un perezoso!», informó. Corta-que-te-corta. «¡Y estoy cansada de trabajar sin parar mientras él está sentado en el sillón!» Corta-que-te-corta. Su tijerita afilada volaba por mi cabello, ahora rozando mi oreja, ahora cerca de mi mentón. «¡Sí! ¡Su descanso terminó!» Corta-que-te-cor…
– ¡Ay! -lloriqueé mientras mi mano volaba a mi cuello. Se sentía mojado. Me corría sangre por el cuello.
– ¡Oh, lo siento tanto! -exclamó Lorna.
Corrí al baño. Allí, a un lado de mi cuello, había una marca donde la tijera me había cortado. Mientras me limpiaba la herida, pensé: Vaya, cuando está bien, es muy buena; pero cuando está enojada, es mala.
Por eso, es bueno recordar el siguiente consejito de sabiduría del rey Salomón. Lori