«No encontraban por dónde meterlo, porque había mucha gente; así que subieron al techo y, abriendo un hueco entre las tejas, bajaron al enfermo en la camilla, allí en medio de todos, delante de Jesús» (Luc. 5:19).
Sergio formaba parte del equipo que llevaría a cabo una campaña de evangelización en diferentes lugares, pero no se sintió contento cuando le notificaron su destino. Le había tocado ir a predicar a una región lejana y montañosa a la que no deseaba ir. Él prefería ir a un lugar cercano y de fácil acceso. Sin embargo, aceptó el reto y partió en compañía del pastor.
Cuando llevaban más de seis horas caminando montaña arriba, comenzó a sentir que le dolían los pies, porque había cometido el error de ponerse unas botas que le quedaban un poco justas. «Lloré», me contaba Sergio, «y grité por dentro: ¡Señor, por favor, ayúdame, ya no puedo más!». Cuando alcanzaron la cima de un cerro que ni siquiera supo cómo había sido capaz de subir, pensó que había llegado al lugar; sin embargo, estaban apenas a mitad de camino. El resto fue igual de duro (o más): sufrió hambre, frío y muchas picaduras de mosquitos… Hasta que finalmente llegaron al destino. Al finalizar la campaña, se bautizaron un total de treinta y tres personas. Para Sergio valían por cien. El esfuerzo había merecido la pena.
Hay en la Biblia un pasaje que une los dos conceptos de la historia de Sergio: amor por las almas y esfuerzo humano. Me refiero a ese en que varios amigos llevaron a un paralítico a Jesús para que lo sanara. «Llegaron unos hombres que llevaban en una camilla a uno que estaba paralítico. Querían llevarlo adentro de la casa y ponerlo delante de Jesús, pero no encontraban por dónde meterlo, porque había mucha gente; así que subieron al techo y, abriendo un hueco entre las tejas, bajaron al enfermo en la camilla, allí en medio de todos, delante de Jesús. Cuando Jesús vio la fe que tenían, le dijo al enfermo: “Amigo, tus pecados quedan perdonados»» (Luc. 5:18-20).
No hubo esfuerzo que esos hombres no hicieran para la sanación de su amigo. Cargando su peso llegaron al lugar, subieron al techo, abrieron un hueco y bajaron al enfermo, ¡sin preocuparse por lo que pudieran pensar de ellos! Unos valientes que nos inspiran a vivir con esa misma valentía. Cuando es el amor por las almas lo que nos mueve, no debemos escatimar esfuerzos.