Lección Primarios 2020 Para el: 21 noviembre
Versículo para memorizar
“Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe […] que es el regalo de Dios” (Efesios 2:8).
«MENSAJE» Jesús ve nuestras necesidades y nos ayuda.
Juan 5:1-15; El Deseado de todas las gentes, cap. 21, pp. 177-181.
¿Has sido alguna vez el último en llegar en una carrera o el último en aprender a atarte los cordones de los zapatos? ¿O tal vez el último que terminó la tarea en la escuela? El hombre de nuestra historia sabía que iba a ser siempre el último en el estanque de Betesda.
Jesús había venido a Jerusalén para asistir a una fiesta. Cierta mañana se encontraba caminando solo, meditando profundamente. Pronto se encontró cerca de un estanque, el estanque de Betesda. Había cinco portales cubiertos que rodeaban el estanque. Un estanque es un lugar que debería ser muy tranquilo, rodeado de hermosas plantas verdes y flores coloridas. Pero este estanque estaba lleno de enfermedad y de miseria.
Por todas partes había personas luchando. Los enfermos estaban recostados en diferentes posiciones o encorvados sobre un asiento. ¡Había tantas personas! Jesús se detuvo por un momento y miró a su alrededor. Vio a los ciegos, a los sordos y a los paralíticos. Vio a algunos con problemas del estómago y con enfermedades de la piel. Algunos sufrían de enfermedades mentales. Su corazón se entristeció por los ancianos, los niños y toda la gente de todas las edades.
Todos estaban allí esperando un milagro. Pero este era un lugar con muy poca esperanza. Era más bien un lugar de desilusión. La gente esperaba el momento en que se agitara el agua del estanque. Muchos de ellos creían que un ángel venía a agitar las aguas y que la primera persona que entrara después de eso, quedaba sana de su enfermedad. Jesús sabía que eso no era verdad. Era una esperanza falsa. Pero la gente esperaba y velaba. Y cuando aparecían ondas en el estanque, la gente esperanzada se apresuraba a acercase al agua. Desesperados por aliviarse de su enfermedad, pisoteaban a los más pequeños o más débiles. En vez de un lugar de sanidad, era un lugar de muerte.
Jesús contempló a esa multitud de personas enfermas y tuvo compasión de ellas. ¡Quería sanarlos a todos! Se sintió tentado a hacerlo, pero era sábado. Jesús sabía lo que sucedería si los sanaba a todos ese día. Los dirigentes judíos se enojarían mucho. Seguramente tratarían de matarlo y todavía no había llegado la hora de su muerte. No había terminado aún su trabajo en esta tierra.
Jesús sabía el nombre y la enfermedad de cada persona. Notó especialmente a un hombre que había estado paralítico durante treinta y ocho años. Jesús sabía que su pecado le había causado esa enfermedad. Sabía también que el hombre estaba muy triste. Estaba solo y sentía que no merecía la misericordia de Dios. Compasivamente, Jesús se arrodilló a su lado y se acercó todavía más para ver su cara.
“¿Quieres ser sano?”, le preguntó tiernamente. Nació otra vez la esperanza en el corazón de este hombre. ¡Por supuesto que quería ser sano! ¿No se querían sanar acaso todos los que estaban allí? El hombre no sabía quién era Jesús. ¡No sabía que Jesús lo podía sanar! Él pensaba que su única esperanza era entrar en el agua. Así que le dijo a Jesús:
“Señor, no tengo quién me ayude. No puedo entrar en el estanque lo suficientemente rápido. Cuando trato de hacerlo, hay siempre alguien que se me adelanta”.
Jesús no le pidió a aquel hombre que creyera en él. Ni siquiera le dijo quién era él. Jesús sabía que el hombre no pensaba que merecía el amor de Dios. Pero Jesús deseaba derramar su gracia sobre este hombre; así que le dijo:
“¡Levántate, toma tu lecho y anda!”
El hombre no dudó ni por un momento. Obedeció. Quería sanar de su enfermedad. Sus nervios y músculos que no habían sido usados por tantos años, cobraron nueva vida. ¡El hombre se levantó de un salto! Pronto enrolló su lecho y miró a su alrededor para buscar a aquel que lo había sanado. Pero Jesús ya se había alejado entre la multitud.
Más tarde, el hombre que había sido sanado se encontró con Jesús en el templo. Estaba lleno de gozo. Le contaba a toda la gente con la que se encontraba las buenas nuevas acerca de Jesús.
Ese día Jesús sanó el cuerpo de aquel hombre y también le sanó el alma. La gracia sanadora de Jesús lo trajo de regreso a Dios. Con mucho amor, Jesús nos está diciendo también a nosotros: “¿Quieres ser sano?” Jesús desea que estemos sanos del cuerpo y del espíritu. Desea derramar su gracia también sobre nosotros. ¿Lo aceptarás hoy y dejarás que sea también tu Salvador?
Lección de Escuela Sabática para PRIMARIOS.
4to. trimestre 2020
Lección 9: «SANIDAD EN EL TANQUE DE BETESDA»
Colaboradores: Melany Valero & Antonio Orellana
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