«Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús» (l Tesa 5:16-18).
De pronto, hoy, me siento agradecido. En este instante, estoy agradecido porque acabo de darme una ducha caliente. ¡En serio! ¿Te imaginas que no existieran las duchas de agua caliente? Las aulas de la escuela olerían como una tienda de campaña en un campamento de verano; y no podríamos distinguir el olor de una jaula en un zoológico del de una sala de conciertos.
También estoy agradecido por los rollos de canela y las tardes de verano, y porque el perro no me muerde muy seguido. Pero, no necesito sentirme agradecido si no quiero. Esa es una actitud totalmente opcional.
Puedes expresar agradecimiento por las fresas que te acabas de comer, o puedes quejarte porque sus semillitas se te quedan metidas entre los dientes. Puedes sentirte triste por no poder comprar un par de zapatos de marca, o puedes estar agradecido de que tu papá ni sepa cuántos pares de zapatos tienes ya.
Si lo miras de la manera adecuada, en todo hay una razón para estar agradecido (salvo los huracanes y las etiquetas de la ropa que te pican en la espalda).
Esta actitud de «dar gracias en todo» también es palpable con uno de mis parientes que de joven, tuvo que vivir en una camioneta. «Es cierto que pasaba frío e incomodidades, por no hablar de lo higiénico», dice él. «Y solo una mujer de mente muy abierta se plantearía salir en una cita conmigo. Pero, por otro lado, no había responsabilidades ni cuentas que pagar. Tenía el máximo de movilidad y muchísimo aire fresco»,
Por eso, trato de ser agradecido en toda circunstancia; detenerme y notar las cosas buenas que hay a mi alrededor. Sea que tome una ducha de agua caliente o una de agua fría, no quiero pasar por alto las lluvias de bendiciones de Dios. Kim