«El que siembra maldad, maldad cosechará; ¡el Señor destruirá su insolente violencia!» (Proverbios 22:8).
Decio Trajano (201-251) fue proclamado emperador de Roma en el año 249. El gobernante tenía un desprecio particular hacia el cristianismo, ya que lo consideraba una de las grandes causas de la pérdida de la gloria romana. Así que, para recuperar su antiguo esplendor, consideró que era necesario restaurar la religión pagana. Además, reprimió los movimientos que consideró como una amenaza a los valores tradicionales y creencias romanas, entre ellos el cristianismo. En junio de 250 se publicó el Edicto de Decio, que ordenaba a los gobernadores y magistrados asegurarse de instalar la observancia universal del requerimiento de ofrecer sacrificios a los dioses romanos y al emperador. Para ello, se emitió un certificado (libellus pacis) para todos aquellos que cumplían con la orden. Aparentemente, el edicto fue ignorado en algunos lugares, sin embargo, fue aplicado con severidad en otros. Esta situación condujo a miles de cristianos a padecer valientemente el martirio, pero también hubo quienes renunciaron a su fe por temor a la persecución. Los abusos parecían no terminar, hasta que Trajano fue asesinado en junio de 251, durante una expedición militar.
En febrero de 303, una nueva temporada de persecución azotó a la iglesia cristiana, esta vez bajo Diocleciano (244-311), quien promulgó un edicto ordenando la destrucción de todos los lugares cristianos de adoración, la destrucción de sus libros y la prohibición de todos sus cultos. Los siervos civiles cristianos perdieron todos sus privilegios o estatus y fueron degradados a esclavos. Se dice que Diocleciano obligó a su propia esposa e hija, ambas fieles cristianas, a ofrecer sacrificios a los dioses romanos. La persecución de Diocleciano fue la más sangrienta del Imperio romano en contra de los cristianos. Sin embargo, cuando parecía estar en su mejor momento, enfermó y se sintió debilitado, así que abdicó del trono el 3 de diciembre de 311. Ese mismo año, Galerio ordenó el cese de las persecuciones a los cristianos y emitió un decreto permitiendo a los cristianos vivir con normalidad y celebrar sus servicios religiosos.
Todo aquel que tiene autoridad ha de recordar que hay Uno quien tiene que dar cuentas y que no puede ir en contra de sus designios. Pero nadie está por encima del Padre celestial, aun cuando de manera temporal se comporte agresivamente hacia los hijos de Dios. La promesa del versículo de este día es que el propio Dios se hará cargo de la situación.
Hoy pide al Señor permanecer siempre de su parte ante cualquier circunstancia.
Tomado de: Lecturas Devocionales para Jóvenes 2020 «Una Nueva Versión de Ti» Por: Alejandro Medina Villarreal Colaboradores: Israel Esparza & Ulice Rodriguez