«Las personas sabias piensan antes de actuar; los necios no lo hacen y hasta se jactan de su necedad» (Prov. 13:16, NTV).
Una vez tuve una larga conversación con mi primo Clint sobre por qué deberíamos usar pantalones. Me habían educado con el concepto de que la ropa era algo bueno. Había dado por hecho que todos estaban de acuerdo con eso, pero Clint no estaba tan seguro. Había estado leyendo sobre un antiguo filósofo griego llamado Sócrates, que dijo: «La vida sin reflexión no es digna de ser vivida».
Para Clint, eso quería decir que debía examinar por qué hacía cada cosa que hacía; incluso por qué usaba ropa. Así que pensó y pensó. Todos sus amigos esperaban que encontrara al menos una razón, porque no tenían muchas ganas de ver a su amigo desnudo.
Luego de mucha consideración, Clint llegó a una buena razón por la cual usar ropa. De hecho, se le ocurrieron tres:
Primero, la ropa provee aislamiento. Clint vive en Nebraska, donde los inviernos pueden congelarte. Él llegó a la conclusión de que necesitaba ropa para mantenerse calentito.
Segundo, no quiere acabar en la cárcel. Si se apareciera en el centro comercial con su traje de nacimiento, la policía interceptaría sus planes de compras.
Tercero, la ropa tiene bolsillos. Lo bueno de usar pantalones es que tienen bolsillos en los que puedes poner tus cosas. Una de las razones por las que Adán y Eva estaban bien en el Edén sin ropa es porque no tenían que andar cargando un teléfono celular, las llaves del auto ni la billetera.
Admiro a Clint por reflexionar sobre por qué hace lo que hace. Muy a menudo, seguimos a la multitud sin pensar. Miramos una película porque todos están hablando de ella y descubrimos que desearíamos no haberla visto. O nos reímos con el resto cuando alguien insulta a un compañero poco popular. Dedicar tiempo a revisar por qué hacemos lo que hacemos es una forma de estar siempre vestidos de sabiduría.