En la iglesia de la primera época se enseñaba el cristianismo puro; sus preceptos fueron dictados por la voz de la inspiración; sus ordenanzas no estaban corrompidas por el artificio de los hombres. La iglesia manifestaba el espíritu de Cristo y aparecía hermosa en su sencillez. Su adorno eran los santos principios y vidas ejemplares de sus feligreses. Multitudes eran ganadas para Cristo, no por medio de la ostentación o el conocimiento, sino mediante el poder de Dios que acompañaba la simple predicación de su palabra (Testimonios para la iglesia, t. 5, p. 155).
A medida que [los discípulos) proclamaban un Salvador todopoderoso, resucitado, sus palabras conmovían los corazones y hombres y mujeres eran ganados para el evangelio. Multitudes que habían vilipendiado el nombre del Salvador y despreciado su poder, ahora se confesaban discípulos del Crucificado.
Los apóstoles no cumplían su misión por su propio poder, sino con el del Dios viviente. Su tarea no era fácil. Las primeras labores de la iglesia cristiana se realizaron bajo opresión y amarga aflicción. Los discípulos encontraban constantemente privaciones, calumnias y persecuciones en su trabajo; pero no consideraban sus propias vidas como caras; antes se regocijaban porque eran llamados a sufrir por Cristo. La irresolución, la indecisión, y la debilidad de propósito no hallaban cabida en sus esfuerzos. Estaban dispuestos a gastar y ser gastados. El sentido de la responsabilidad que descansaba sobre ellos, purificaba y enriquecía sus vidas; y la gracia del cielo se revelaba en las conquistas que lograron para Cristo. Con el poder de la omnipotencia, Dios obraba por intermedio de ellos para hacer triunfar el evangelio (Los hechos de los apóstoles, p. 475).
En la iglesia del hogar los niños han de aprender a orar y confiar en Dios. Enseñadles a repetir la ley de Dios. Así se instruyó a los israelitas acerca de los mandamientos: “Y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes”. Deuteronomio 6:7. Venid con humildad, con un corazón lleno de ternura, con una comprensión de las tentaciones y peligros que hay delante de vosotros mismos y de vuestros hijos; por la fe vinculadlos al altar, suplicando el cuidado del Señor por ellos. Educad a los niños a ofrecer sus sencillas palabras de oración. Decidles que Dios se deleita en que lo invoquen.
¿Pasará por alto el Señor del cielo tales hogares, sin dejar una bendición en ellos? No, por cierto. Los ángeles ministradores guardarán a los niños así dedicados a Dios. Ellos oyen las alabanzas ofrecidas y la oración de fe, y llevan las peticiones a Aquel que ministra en el Santuario en favor de su pueblo y ofrece sus méritos en su favor (Consejos para los maestros, pp. 105, 106).
Notas de Ellen G. White para la Escuela Sabática 2020.
4to. trimestre 2020 “COMO INTERPRETAR LA BIBLIA”
Lección 9: «LA IGLESIA Y LA EDUCACIÓN»
Colaboradores: Rosalyn Angulo & Esther Jiménez A