A Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento. 2 Corintios 2:14, RV60.
Durante una vigilia celebrada un mes de enero, una hermana comenzó a expresar su agradecimiento al Señor:
—Doy gracias a Dios porque este año que pasó, aunque todos los miembros de mi familia estábamos sin trabajo, nunca nos faltó qué comer.
Una joven, motivada por ese poderoso testimonio, añadió el suyo:
—A pesar de que no tuve trabajo en todo el año, Dios resolvió un problema familiar grave que tenía.
Entonces se añadió otra voz:
—Yo doy gracias a Dios porque mi madre acaba de morir y su única petición fue no morir asfixiada por el asma. Ella se quedó dormidita y se fue en paz de este mundo.
Todos los testimonios que escuché esa noche mejoraron mi actitud. Cómo se complace Dios con sus hijos fieles que saben agradecer los triunfos que él provee, aunque a veces no parezcan triunfos. Vivir agradecidas nos ayuda a discernir las bendiciones que el Señor derrama incluso en nuestros peores momentos.
¿Por qué, a veces, nos empeñamos en continuar escarbando el pozo de la desesperanza? ¿Por qué no tomamos la decisión de cambiar de actitud, permitiendo que sea el agradecimiento como estilo de vida el que pase al frente? «Nada tiende más a fomentar la salud del cuerpo y del alma que un espíritu de agradecimiento y alabanza. Resistir a la melancolía, a los pensamientos y sentimientos de descontento, es un deber tan importante como el de orar. Si somos destinados para el cielo, ¿cómo podemos portarnos como un séquito de plañideras, gimiendo y lamentándonos a lo largo de todo el camino que conduce a la casa de nuestro Padre? Los profesos cristianos que están siempre lamentándose y parecen creer que la alegría y el gozo fueran pecado, desconocen la religión verdadera» (El ministerio de curación, cap. 18, p. 166).
Cuenta una leyenda que un estudiante se fue lejos a buscar agua para su maestro, ya anciano. Tras varios días de camino, la encontró y la trajo. Su maestro la bebió con deleite y expresó su agradecimiento. Otro alumno probó también el agua, la escupió y exclamó: «¡Qué mal sabe! ¿Por qué le dio usted las gracias por esa agua tan asquerosa?». El anciano respondió: «Tú probaste el agua, pero yo saboreé el regalo». Saboreemos los regalos que Dios nos da cada día. Démosle gracias.