«Ahora, pues Jehová te ruego que me quites la vida porque mejor me es la muerte que la vida» (Jonás 4: 3).
Jonás es otro personaje bíblico de relevancia cuyo estado emocional lo empuja al deseo de muerte. El libro de Jonás es muy breve; puede leerse en unos minutos. Sin embargo, el cortísimo relato nos dice mucho de la naturaleza humana y también del carácter bondadoso de Dios. El primer capítulo describe la huida de Jonás en dirección contraria a la señalada por Dios para evitar anunciar la destrucción de Nínive. El segundo contiene la oración que Jonás pronunció desde las entrañas del gran pez. En el tercero, Jonás obedece y anuncia la destrucción, a lo que el pueblo ninivita responde con el arrepentimiento. Y el cuarto y último capítulo describe la reacción de Jonás ante la misericordia que Dios muestra hacia el pueblo enemigo.
El versículo de hoy pertenece a este último capítulo; un texto que muestra a Jonás disgustado y enojado; resistiéndose a aceptar que los enemigos asirios se hayan arrepentido y respondido a la invitación de Dios. La consecuencia es un tristísimo estado de ánimo: pide a Dios abiertamente que le quite la vida (vers. 3), afirma que es mejor la muerte que la vida (vers. 6) y dice que está enojado hasta la muerte (vers. 9). A continuación se busca una sombra en las afueras de la metrópolis para observar qué pasa con la ciudad. Dios provee una calabacera para que dé sombra a Jonás. pero este vuelve a enfadarse cuando la calabacera se seca.
Ante tanta queja, el Señor responde con amor y paciencia. Dialoga con el rebelde Jonás: «¿Haces bien en enojarte tanto? ». Y le invita a cambiar de actitud con un argumento poderoso: «Tú tienes lástima de una calabacera ¿y no tendré yo piedad de más de ciento veinte mil personas? ».
Otro posible obstáculo de Jonás para aceptar la voluntad de Dios tal vez fuera que su palabra de profeta estaba en entredicho. Jonás era un profeta de reputación.
Al menos en una ocasión había predicho certeramente la restauración de los límites de Israel en tiempos de Jeroboam (2 Reyes 14: 25). Una de las mayores barreras del ser humano es el «¡qué dirán!». La periodista estadounidense Ann Landers quita peso a esta creencia: «A los veinte años de edad nos preocupa lo que otros piensan de nosotros. A los cuarenta, no nos importa lo que piensen de nosotros. Y a los sesenta descubrimos que no han estado pensando en nosotros».
Nunca deberíamos dirigir nuestra conducta por lo que otros piensen, especialmente cuando se trata de hacer lo que Dios nos pide que hagamos.
Tomado de: Lecturas Devocionales para Adultos 2020
«Buena Medicina es el Corazón Alegre»
Por: Julián Melgosa – Laura Fidanza.
Colaboradores: Ricardo Vela & Paty Solares