De repente apareció una multitud de ángeles en el cielo, que alababan a Dios y decían: ‘Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad’’ (Lucas 2:13-14).
MENSAJE Cada día podemos alabar y adorar a Dios como lo hicieron los ángeles.
Los pastores comienzan a cuidar las ovejas cuando son niños, como lo hizo David antes de ser rey. Criar ovejas era un negocio de la familia, pero las tareas de pastoreo de los rebaños no era una ocupación que generaba entusiasmo. ¿No te alegra ver que Dios envió un mensaje tan importante a gente común y que Jesús siempre se manifestó a los humildes? (Textos clave y referencias: Lucas 2:8-20; El Deseado de todas las gentes, cap. 4, p. 29, 30.)
El joven pastor se abrigó bien con su manto y se acercó más al fuego. Hacía frío y le costaba trabajo mantenerse despierto. Los demás pastores habían estado platicando acerca de cómo sería la llegada del Mesías. Pero ahora dormían y era su turno vigilar los rebaños.
“Algo está haciendo que el cielo sobre Belén esté realmente brillante esta noche”, pensó mirando hacia arriba. “Nunca antes he visto el cielo tan luminoso. Me pregunto a qué se debe”.
Recorrió el rebaño para ver si algún cordero se había apartado. Cuando comprobó que todo estaba normal, regresó junto a la fogata. Informó que no había novedad. De pronto preguntó a su padre.
—¿Notaste la estrella que apareció sobre Belén? Es más brillante que cualquier otra estrella del cielo.
—La he estado observando durante varias noches — contestó su padre—. Nunca antes he visto algo parecido. Quisiera saber de qué se trata.
—Yo también —dijo el joven pastor—. Me alegro porque no estoy en Belén esta noche. No me gustaría estar en medio de esa multitud tratando de encontrar un lugar dónde dormir.
—¿Prefieres estar a campo abierto solo con una fogata y las ovejas para mantenerte abrigado?
—preguntó el padre riendo.
—Por lo menos tengo lugar para estirar las piernas sin temor de pisar a alguien. La noche estaba serena y parecía que una influencia tranquilizadora saturaba la tierra. El joven pastor, presintiendo que algo estaba por suceder, miró a su padre y se puso de pie. Un ser con ropa blanca resplandeciente se paró frente a ellos. Los pastores que dormían se despertaron asustados y se levantaron. Una luz brillante los hizo cubrirse los ojos y caer en tierra.
—No sientan temor de mí —les dijo el ángel—. Estamos tan felices que no pudimos guardar silencio por más tiempo. Un bebé acaba de nacer en Belén y es el regalo de Dios para ustedes. Será el Salvador del mundo. Vayan a verlo. Lo encontrarán envuelto en pañales, acostado en un pesebre.
Más ángeles se unieron al primero:
“¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz, a los que gozan de su buena voluntad”, cantaban.
Los ángeles se fueron repentinamente. Los pastores quedaron sin habla.
—¿Oíste lo que dijeron? —preguntó el joven pastor—. ¡Ha nacido el Mesías! ¡Quiero ir a verlo!
—Todos deseamos ir a verlo, hijo —dijo el padre—. Pero uno de nosotros tiene que quedarse con las ovejas. Los pastores se fueron y dijeron que traerían noticias al que había quedado. Se preguntaban cómo encontrarían al bebé.
Cuando llegaron a Belén, se sorprendieron al ver que toda la gente dormía como si nada extraordinario hubiera ocurrido.
—¡Miren —dijo el joven pastor—, la estrella está sobre el establo! ¿No dijo el ángel algo acerca de un pesebre?
—Tienes razón, hijo —dijo el padre—. Vamos allá.
Cuando llegaron, el padre dijo que si entraban todos al mismo tiempo podían asustar a la gente. Pidió al hijo que entrara él primero y dijera lo que los ángeles habían contado acerca del bebé.
El joven pastor entró en el establo sin hacer mucho ruido. La madre se sobresaltó y estrechó al bebé. José se adelantó y le preguntó al hombre si necesitaba algo.
—Los ángeles vinieron y nos hablaron del bebé —dijo el pastorcillo—. Solo queremos adorarle. Mis padres y los demás pastores están afuera. ¿Pueden entrar?
—Llámalos para que vengan —dijo José mientras María colocaba al Bebé en la piedra del pesebre.
Los pastores entraron y se arrodillaron delante del bebé que el ángel les había dicho sería el Salvador del mundo. Todo estaba silencioso excepto el sonido de la paja al pisarla, pero en su corazón, cada pastor podía escuchar todavía el canto maravilloso de los ángeles.