«El que es generoso, prospera; el que da, también recibe» (Prov. 11:25, DHH).
Era la hora de la cena. En realidad, ya se había pasado la hora de la cena, y estábamos desesperados por encontrar un lugar donde comer, mientras dábamos vueltas por el precioso pueblo turístico de San Agustín, en Florida, Estados Unidos. El primer lugar que encontramos en nuestro teléfono había cerrado. El segundo era demasiado caro.
Todo lo que Reef, de catorce años, quería aquella noche de otoño era un plato de sopa, así que, cuando el cartel de un restaurante promocionaba sopa de hongos, él estaba listo para sentarse a comer. En realidad, no había nada más en el menú para nuestra familia de vegetarianos, pero decidimos darle una oportunidad.
La sopa estaba tan deliciosa como un poema, y el chef envió un plato de vegetales que mi esposa declaró que era lo mejor que había comido en su vida.
El restaurante se encontraba bastante vacío, y nuestra orden sin carne había sido pequeña. Reef comenzó a sentirse mal por el mesero.
-Démosle una buena propina, papá -dijo.
-Está bien -acordé.
-Una propina muy grande —enfatizó Reef.
Esto me hizo sentir nervioso.
-¿Cuán grande?
—Veinte dólares —respondió Reef.
Mi corazón ahorrativo se heló y no pude emitir una respuesta. Pensé que quizá podíamos permitirnos seguir el impulso generoso de Reef, pero no estaba seguro.
El mesero trajo la cuenta. «Saqué una de las sopas y los vegetales de la orden», dijo. Aparentemente, él también se estaba sintiendo generoso. Y finalmente, también tuve el espíritu de la generosidad mientras apilaba billetes en la mesa.
-¿Está seguro? -preguntó el mesero al mirar la gran propina.
Sí, estábamos seguros.
No sé por qué el mesero quiso ser generoso al mismo tiempo que Reef. Tal vez tenga que ver con uno de los proverbios de la Biblia, que dice: «El que es generoso prospera». ¿Qué te parece este valioso consejo? Kim