Al pequeño Timoteo le gustaba mucho escuchar a su abuela Loida y a su mamá Eunice contarle historias que estaban escritas en un rollo. Él conocía bien las historias del Jardín del Edén, de Noé, de Moisés y su hermana María, del pastorcito David, de Daniel… Sin embargo, lo que más apreciaba era la historia del Salvador que vendría a este mundo. Timoteo era un niño muy bueno porque estaba acostumbrado a amar y obedecer la Palabra de Dios. Cuando creció, llegó a ser un misionero.
¿Y yo?
Cuando una persona ayuda a hacer un trabajo para Dios se le llama misionero.
Mi oración para hoy
Querido Dios, yo también quiero amar y obedecer tu Palabra. Y tal vez algún día ser un misionero.
En la Biblia leemos:
«Evita que te desprecien por ser joven» (1 Timoteo 4: 12).