Velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo. Marcos 13:33, RV60.
No hay duda de que vivimos vidas ajetreadas. El trabajo, los estudios, la familia, la iglesia… nuestras agendas están llenas de lunes a viernes y, para algunas de nosotras, los sábados no están menos ocupados. Y es por este ajetreo de la vida que a veces descuidamos aquello a lo que realmente debemos darle la prioridad número uno. Entre esas cosas prioritarias de la vida cristiana está la oración.
«Es preciso que veléis para que el ajetreo de la vida no ocasione el descuido de la oración cuando más necesitáis la fuerza que ella os proveería. La santidad está en peligro de ser forzada fuera del alma por el afán excesivo de los negocios. Es un gran mal negarle al alma la fuerza y la sabiduría celestiales que esperan ser reclamadas por vosotros. Necesitáis esa iluminación que solo Dios es capaz de dar. Nadie está capacitado para atender sus negocios a menos que tenga esa sabiduría» (La oración, cap. 2, p. 30).
El problema que tenemos es que a veces es precisamente la rutina diaria la que nos lleva a sentirnos tan seguras de nosotras mismas, tan en control de nuestras vidas, tan satisfechas con lo que somos y tenemos, que olvidamos cuál es la verdadera fuente de la fortaleza. No son nuestros logros, nuestras posesiones ni nuestras relaciones personales los que proveen fortaleza moral y espiritual: es nuestra conexión con Dios. No podemos descuidarla sin sufrir las consecuencias, en nuestra salud emocional, en nuestro desempeño laboral y en todas las situaciones cotidianas de la vida.
«La fortaleza adquirida al orar a Dios, unida al esfuerzo individual y a la preparación de la mente para que sea considerada y cuidadosa, prepara a la persona para los deberes diarios y conserva el espíritu en paz bajo toda circunstancia, por penosa que sea. Las tentaciones a que estamos expuestos diariamente hacen de la oración una necesidad. A fin de que podamos ser guardados por el poder de Dios, por medio de la fe, los deseos de la mente debieran ascender en forma constante en oración silenciosa suplicando ayuda, luz, fortaleza y conocimiento. Se necesita a la vez trabajo y oración para perfeccionar el carácter cristiano» (ibíd.).
Y ese es el camino en el que estamos tú y yo, querida amiga: el perfeccionamiento del carácter cristiano. Dios nos ayude a lograrlo, dando prioridad a aquellas cosas que son prioritarias.