«Y si me voy y les preparo lugar, vendré otra vez, y los llevaré conmigo, para que donde yo esté, también ustedes estén» (Juan 14:3, RVC)
Era muy de noche, cuando cuatro lanchas torpederas avanzaban rodeadas por las olas del océano. Esas lanchas estaban entre las embarcaciones más pequeñas de la Marina de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. En realidad, eran solo grandes lanchas equipadas con los mismos motores V12 que usaban los aviones de combate. Generalmente, se utilizaban para ejecutar ataques relámpago a barcos enemigos. Sin embargo, esa noche estaban contrabandeando un cargamento precioso en aguas controladas por los japoneses.
El cargamento era el general Douglas MacArthur, reconocido como una de las mentes más brillantes de la Segunda Guerra Mundial. El presidente mismo de los Estados Unidos le había dado la orden a MacArthur de escapar de una isla diminuta en Manila Bay, Filipinas, que los japoneses estaban bombardeando permanentemente.
MacArthur estaba de pie al timón; su rostro era golpeado fuertemente por el agua cuando olas del tamaño de una casa rompían contra la lancha. Pensó en los hombres que había dejado atrás. Probablemente morirían en batalla o serían capturados. Él se había preparado para sufrir con ellos; pero ahora ellos sufrirían solos.
Al llegar a Australia, se le informó de que el auxilio para sus hombres atrapados en Filipinas no sería inminente. Profundamente decepcionado, emitió una declaración a la prensa en la que les prometió a sus hombres y a la gente de Filipinas: «Volveré».
Repetía esta promesa a menudo, mientras guiaba a las fuerzas aliadas de isla en isla, de vuelta hacia Filipinas. Tal día como hoy, pero de 1944, dos años y medio después de su escape nocturno, MacArthur saltó de una embarcación a la costa de Leyte. Los soldados rápidamente manipularon un sistema de amplificación, y MacArthur pronunció las palabras electrizantes que todos querían escuchar: «Pueblo de Filipinas, he vuelto».
Por supuesto, Jesús nos hizo una promesa similar. «Vendré otra vez», dijo. Desde entonces, hemos seguido librando la batalla contra el enemigo de las almas. Algunos hemos sido gravemente heridos. La promesa que Jesús hizo es una promesa con la que todos contamos. Kim