A los que le reciben [Cristo] les da potestad de ser hechos hijos de Dios, para que al fin Dios los reciba como suyos, a fin de que vivan con él por toda la eternidad. Si durante esta vida permanecen leales a Dios, al fin «verán su cara; y su nombre estará en sus frentes». Apocalipsis 22:4 ¿Y en qué consiste la felicidad del cielo sino en ver a Dios? ¿Qué gozo mayor puede haber para el pecador salvado por la gracia de Cristo que el de contemplar la faz de Dios y conocerle como a Padre?
Las Escrituras indican con claridad la relación entre Dios y Cristo, y manifiestan con no menos claridad la personalidad y la individualidad de cada uno de ellos…
La personalidad del Padre y del Hijo, como también la unidad que existe entre ambos, aparecen en el capítulo décimo-séptimo de Juan en la oración de Cristo por sus discípulos…
La unidad que existe entre Cristo y sus discípulos no destruye la personalidad de uno ni de otros. Son uno en propósito, en espíritu, en carácter, pero no en persona. Así es como Dios y Cristo son uno (El ministerio de curación, pp. 328, 329).
«Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados». Efesios 5: l. Los cristianos han de ser como Cristo. Deben tener el mismo espíritu, ejercer su misma influencia, y poseer la misma excelencia moral que él poseyó. Los idólatra y corrompidos de corazón tienen que arrepentirse y volver a Dios. Los que son orgullosos y que se justifican a sí mismos tienen que subyugar el yo y arrepentirse con corazón manso y humilde. Los que se inclinan hacia la mundanalidad tendrán que desprender los tentáculos de su corazón de la basura del mundo a la cual están prendidos y entrelazarse con Dios; han de convertirse en personas de pensamiento espiritual. Los deshonestos y prevaricadores tienen que hacerse justos y rectos. Los ambiciosos y codiciadores han de ocultarse en Jesús y procurar su gloria, y no la propia. Tienen que despreciar su propia santidad y acumular tesoro en el cielo. Los que no oran tendrán que sentir la necesidad tanto de la oración secreta como la de familia y elevar sus plegarias a Dios con gran fervor.
Como adoradores del Dios verdadero y viviente, debemos llevar fruto correspondiente a la luz y privilegios de que disfrutamos (Testimonios para la iglesia, t. 5 pp. 230, 231).
Las tinieblas cubren la tierra y la oscuridad a los pueblos, y cuán ardientemente deberíamos desear la presencia del Instructor divino para que nos guíe en el camino de la verdad y la justicia. Dios ha hablado a los hombres en diversas oportunidades, en distintos lugares y en varias formas, y sin embargo la ignorancia del mundo aumenta. Necesitamos hablar con más decisión acerca de la verdad, para llevar al hombre el conocimiento de Dios. La distinción entre los cristianos y los mundanos debe ser más evidente. La Biblia debe ser el libro de más prominencia entre nosotros, y el investigador atento y diligente debe buscar laboriosamente los tesoros escondidos. Las máximas de los hombres, los dogmas del error, aunque sean expuestos por los que profesan ser intérpretes de la Palabra de Dios, deben descartarse, porque han sido inventados para ocultar la verdad, y para mistificar la importancia espiritual del evangelio sagrado. Los que buscan el tesoro escondido lo hallarán (A fin de conocerle, pp. 341, 342).
Notas de Ellen G. White para la Escuela Sabática 2020.
4to. trimestre 2020 “COMO INTERPRETAR LA BIBLIA”
Lección 5: «JESÚS COMO EL GRAN MAESTRO»
Colaboradores: Rosalyn Angulo & Esther Jiménez A