«Si se humilla mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oran, y buscan mi rostro, y se convierten de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra» (2 Crónicas 7: 14).
PERDÓN
La reconciliación y el perdón tienen vínculos estrechos, sin embargo, no siempre se encuentran. El perdón comprende un acto voluntario, gratuito y unilateral, pero la reconciliación necesita de todos los involucrados. El perdón antecede a la reconciliación; pero solo esta última conducirá al restablecimiento de los vínculos deteriorados o destruidos.
Con el deseo de independizarse y liberarse de las restricciones propias de una familia esforzada, el hijo menor pidió su herencia de manera anticipada y se marchó del hogar, rompiendo los lazos con su padre. En poco tiempo, malgastó todo lo que tenía y, con el fin de sobrevivir, trabajó cuidando cerdos. Entonces reflexionó sobre su conducta atrevida y resolvió volver a casa, diciendo: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros» (Lucas 15: 18-19). Dice el relato bíblico que el padre lo reconoció desde lejos y corrió para abrazarlo y besarlo. Casi no lo dejó hablar e hizo una gran fiesta a causa de su retorno. El vínculo padre-hijo se había restablecido.
Pero para llegar a ello, ambos debieron superar diversas resistencias. El orgullo es una de las principales barreras que cada uno podría haber levantado. Si el hijo hubiese pensado: «No va a volver así», o el padre hubiese dicho: «Me ha humillado», la reconciliación no hubiese sido posible. Tampoco lo hubiese sido si, para disimular sus errores, el hijo hubiese mentido o hubiese simulado el olvido sin una previa conversación sincera. El orgullo, la mentira y la indiferencia constituyen los principales obstáculos que impiden la reconciliación.
No obstante, el versículo de hoy hace hincapié en los elementos que favorecen la reconciliación. La humildad, una conversación sincera y el abandono de los errores favorecen la reconciliación. En otras palabras, para el restablecimiento de los vínculos es necesario dialogar con humildad y veracidad, sin ocultar las faltas ni justificarlas y estar dispuesto a resarcir el daño y/o a hacerse cargo de las consecuencias.
Por lo general, las disputas entre personas tienen responsabilidades compartidas. Para aclarar malentendidos y divergencias, Jesús ha dejado establecido, en la iglesia, una ceremonia llamada rito de humildad. Es el momento para dialogar francamente, recordar las faltas y pedir perdón, dejando el orgullo a un lado.
¿Estamos dispuestos a dejar el orgullo? ¿ Podemos reconocer nuestros errores en el deterioro de una relación? Pídele a Dios que te ayude a hacer planes de reconciliación.
Tomado de: Lecturas Devocionales para Adultos 2020 «Buena Medicina es el Corazón Alegre» Por: Julián Melgosa – Laura Fidanza.
Colaboradores: Ricardo Vela & Paty Solares