Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.
Filipenses 3:13-14, RV60.
En su infancia, Mary Somerville (1780-1872) apenas recibió educación formal. Le habían enseñado un poco a leer, pero entrando en la pubertad no sabía aún escribir. Cuando tenía diez años, pasó un curso escolar en una institución educativa de Escocia, pero tuvo que regresar a su casa en el campo sin poder avanzar más. Sin embargo, aquella experiencia de un año dejó en ella un deseo de aprender que la convirtió en autodidacta. Además, su tío Thomas, la ayudó, dándole clases de latín.
Ya casada, Mary continuó estudiando matemáticas, aunque posteriormente escribió: «Mi esposo no me impedía estudiar, pero no me apoyaba, pues consideraba que las mujeres no tenemos mucha capacidad». Su primer esposo falleció y ella se casó por segunda vez con un primo llamado William que sí se enorgullecía de las capacidades intelectuales de su prima. Con su apoyo, comenzó a estudiar botánica y geología. A partir de entonces, publicó artículos en revistas científicas y posteriormente, libros. Cuando tenía ochenta y cinco años escribió su autobiografía e inició su cuarto libro; y a los noventa y dos seguía estudiando matemáticas. Muchos la llamaron «la reina de las ciencias del siglo XIX».
Como ves, nunca es tarde para dirigir tus pasos hacia las metas que has añorado y que encajan con los propósitos de Dios para la vida de sus hijas. No fue tarde para Mary Somerville en lo intelectual, como tampoco lo fue, por ejemplo, para el apóstol Pablo en lo religioso. Pablo, que tuvo que emprender un camino totalmente diferente al que había conocido desde su niñez, dejó de perseguir a la iglesia de Cristo para liderarla. Tuvo que desaprender todo lo que había aprendido desde niño (cosa sumamente difícil) para aprender un concepto nuevo de Dios siendo ya adulto, pero no se desanimó.
Nunca es tarde para iniciar ciertos caminos, y definitivamente nunca es tarde para amar a Jesús y entregarnos a él. Nuestro Dios es el Dios de los nuevos comienzos. Si aún respiras, debes saber que aún tienes multitud de posibilidades delante de ti. Todas comienzan con un requisito: no darte por vencida, sabiendo que Dios está contigo. «Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados» (Rom. 8:28, RV95).