«La paciencia calma el enojo: las palabras suaves rompen la resistencia»
(Prov. 25:15, DHH).
Bob miró por el vidrio de la máquina expendedora. Había puesto un dólar ‘»y presionado el botón correspondiente a la chocolatina que quería. El mecanismo se había puesto en funcionamiento y la chocolatina se había acercado. Pero luego se detuvo y quedó colgando de un gancho en espiral.
Bob le contó al periodista que lo entrevistó posteriormente: «Yo pensé: ‘Oh, no’. Así que puse otro dólar, y la máquina no hizo nada».
Golpeó el costado de la máquina. La movió hacia adelante y hacia atrás. Pero la chocolatina no caía.
Bob decidió que haría que cayera. Miró a su alrededor y vio un montacargas de cuatro toneladas. Lo encendió y lo condujo hasta la máquina expendedora. Levantó la máquina medio metro en el aire y la dejó caer al suelo. Luego de dejarla caer varias veces, miró en la ranura y encontró tres chocolatinas. Estaba feliz. Había ganado. Pero no todos estaban felices. Su jefe se sintió molesto porque Bob había golpeado la máquina contra el piso como si fuera un juguete. Bob fue despedido.
«Esa máquina traía problemas», recuerda Bob. «Me despidieron, y ahora escucho que tienen máquinas expendedoras nuevas».
La experiencia de Bob nos recuerda que, a veces, es mejor no tratar de forzar las cosas para que salgan como nosotros queremos. Cuando agregamos más músculos a una situación, corremos el riesgo de romper cosas y relaciones. Pero si intentamos solucionar el problema con paciencia y amabilidad, quizá descubramos la verdad del antiguo dicho: