«Que alaben al Señor por su gran amor y por las obras maravillosas que ha hecho a favor de ellos» (Sal. 107:8, NTV).
Las cosas no andaban bien para Truman Everts. Se había unido a la expedición de 1870 para explorar la zona extraña y vaporosa que llegaría a ser el Parque Nacional de Yellowstone, en los Estados Unidos. En su primer mal día, perdió el rastro de su grupo mientras viajaban por un bosque de pinos. Al principio, no se preocupó demasiado. Sin embargo, al ponerse el sol, él y su caballo todavía estaban solos en la naturaleza, por lo que se puso un poco nervioso. Pero continuó avanzando por el bosque.
El día siguiente continuó mal: se bajó del caballo para explorar a pie, sin preocuparse por atar las riendas a un árbol. El caballo desapareció, junto con las mantas, herramientas y fósforos de Truman.
Se acercaba el frío y no tenía nada que lo ayudara a sobrevivir. Nada salvo unos pequeños binoculares. Luego de varios días, se le ocurrió usarlos para encender una fogata. Una noche, durmiendo cerca de la fogata, sus manos terminaron en el fuego y se quemó.
El agua nieve y la nieve amenazaban con congelarlo, pero sobrevivió acostándose en el suelo tibio al lado de las fuentes termales. Una vez, se acercó tanto a un géiser que se quemó gravemente el muslo. Truman siguió como podía, y sobrevivió comiendo las raíces de un cardo que luego recibió su nombre.
Mientras, sus amigos ofrecieron seiscientos dólares a quien pudiera encontrar a Truman. Dos hombres salieron a buscarlo. Lo divisaron gateando por el suelo como un animal. Sus dedos parecían garras, y se le veía el hueso por la quemadura que tenía en el muslo. Pesaba apenas 25 kilos. Había estado perdido por 37 días. Uno de los hombres lo comenzó a recuperar de la inanición, mientras que el otro caminó 120 kilómetros en busca de ayuda.
¿Obtuvieron los hombres el dinero de la recompensa? No, porque Truman pensó que podría haber llegado a la civilización sin su ayuda. Suena un poco desagradecido, ¿verdad?
Quizás hoy sería un buen momento para recordar todas esas ocasiones en que Dios te rescató de una situación peligrosa o te ayudó a pasar por una experiencia difícil. Dale las gracias por esa vez que te puso fuera de peligro.