Desde los días de la eternidad, el Señor Jesucristo era uno con el Padre; era «la imagen de Dios»; la imagen de su grandeza y majestad, «el resplandor de su gloria». Vino a nuestro mundo para manifestar esta gloria. Vino a esta tierra obscurecida por el pecado para revelar la luz del amor de Dios, para ser «Dios con nosotros». Por lo tanto, fue profetizado de él: «Y será llamado su nombre Emmanuel».
Al venir a morar con nosotros, Jesús iba a revelar a Dios tanto a los hombres como a los ángeles. Él era la Palabra de Dios: el pensamiento de Dios hecho audible. En su oración por sus discípulos, dice: «Yo les he manifestado tu nombre» ‑»misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad y verdad»‑ «para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos». Pero no solo para sus hijos nacidos en la tierra fue dada esta revelación. Nuestro pequeño mundo es un libro de texto para el universo. El maravilloso y misericordioso propósito de Dios, el misterio del amor redentor, es el tema en el cual «desean mirar los ángeles», y será su estudio a través de los siglos sin fin (El Deseado de todas las gentes, p. 11).
En todo lo que hacía, Cristo cooperaba con su Padre. Siempre se esmeraba por hacer evidente que no realizaba su obra independientemente; era por la fe y la oración cómo hacía sus milagros. Cristo deseaba que todos conociesen su relación con su Padre. «Padre ‑dijo‑, gracias te doy que me has oído. Que yo sabía que siempre me oyes; mas por causa de la compañía que está alrededor, lo dije, para que crean que tú me has enviado». En esta ocasión, los discípulos y la gente iban a recibir la evidencia más convincente de la relación que existía entre Cristo y Dios. Se les había de demostrar que el aserto de Cristo no era una mentira (El Deseado de todas las gentes, p. 493).
La obra del amado Hijo de Dios al emprender en su propia persona la unión de lo creado con lo no creado, lo finito con lo Infinito, es un tema que bien podría ocupar nuestros pensamientos durante toda la vida. Esta obra de Cristo debía confirmar en su inocencia y lealtad a los seres de otros mundos, así como salvar a los perdidos y moribundos de este mundo. Esto abrió un camino para que los desobedientes volvieran a su lealtad a Dios, mientras que por el mismo acto colocó una salvaguardia alrededor de los que ya eran puros para que no se contaminaran (Mensajes para los jóvenes, pp. 251, 252).
Habiéndose humanado, Cristo vino al mundo para ser uno con la humanidad, y al mismo tiempo revelar a nuestro Padre celestial a los hombres pecadores. Aquel que había estado en la presencia del Padre desde el principio, Aquel que era la imagen expresa del Dios invisible, era el único capaz de revelar a la humanidad el carácter de la Deidad… Tierno, compasivo, lleno de simpatía, considerado para con los demás, Cristo representó el carácter de Dios y se consagró siempre al servicio de Dios y del hombre (El ministerio de curación, pp. 329, 330).
Notas de Ellen G. White para la Escuela Sabática 2020.
4to. trimestre 2020 “COMO INTERPRETAR LA BIBLIA”
Lección 5: «JESÚS COMO EL GRAN MAESTRO»
Colaboradores: Rosalyn Angulo & Esther Jiménez A