Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios” (Lucas 18:27).
¿Sabes nadar? ¿Te gusta nadar cuando hace calor? ¿Puedes flotar sobre el agua? ¿Quien te está cuidando mientras nadas? Hace mucho tiempo, Jesús cuidó a Pedro mientras caminaba sobre el agua. Lee la historia para que descubras lo que sucedió.
—¡Todavía no puedo creer lo que pasó hoy! —dijo Pedro moviendo la cabeza. Se estaba acordando de cómo había alimentado Jesús a una gran multitud ese día.
—¡Sólo eran unos pocos panes y unos cuántos pececillos! —exclamó—. ¡Y Jesús hizo que rindieran lo suficiente como para alimentar con ellos a miles de personas!
—¡Fue asombroso! —añadió Juan—. ¡Nunca me imaginé que iba a ver una cosa así!
Los discípulos continuaron conversando mientras el barco seguía navegando. Hablaban de los acontecimientos de ese día. ¡Cómo deseaban que Jesús se hubiera dejado coronar como rey! Pero al final Jesús les había dicho a sus discípulos:
—Vayan ustedes adelante, suban a la barca y crucen el lago hasta la otra orilla.
Entonces Jesús despidió a la multitud y se fue a orar a un lugar tranquilo.
Mientras los discípulos iban en la barca, comenzaron a amontonarse en el cielo negros nubarrones. El viento levantaba olas enormes contra su barca de pesca. No paso mucho tiempo antes de que el sonido de la tormenta ahogara la conversación de los discípulos. Los experimentados pescadores remaron con todas sus fuerzas. Remaban cada vez más y más fuerte, pero la tormenta era más fuerte que ellos.
La tempestad continuó durante toda la noche. Aun así, los discípulos remaban desesperadamente, pero no podían llegar a la orilla. En medio de la noche, Jesús vio cómo estaban luchando contra la tempestad. El viento levantaba las olas cada vez más. Jesús decidió ir hacia ellos.
De pronto, los discípulos vieron a alguien que venía hacia ellos avanzando sobre el agua. Los discípulos gritaron muy asustados.
—¡Miren! ¡Es un fantasma!
¡Alguien está caminando sobre el agua!
Se asustaron de ver a alguien que avanzaba hacia ellos caminando sobre las olas como si fueran tierra firme.
—¡No tengan miedo! —dijo una voz conocida para ellos—.
¡Soy Jesús!
Los discípulos estaban tan asombrados, que ninguno de ellos pudo decir nada por un tiempo. Entonces Pedro dijo a grandes voces:
—¡Si eres tú, mi Señor, haz que vaya a ti caminando sobre el agua!
—¡Ven! —le dijo Jesús a ese dispuesto, pero algunas veces temerario discípulo. Y lo animó con una sonrisa mientras Pedro sacaba una pierna fuera de la barca.
Con su mirada puesta en Jesús, Pedro comenzó a caminar sobre el agua. Dio varios pasos.
Entonces apartó su vista de Jesús y volvió para ver a los otros discípulos.
“¡Miren lo que estoy haciendo! ¡A que no lo pueden creer!*”, debe haber pensado
Al darle la espalda a Jesús, Pedro no pudo dejar de ver las enormes olas y sentir la enorme fuerza del viento. Se asustó mucho y comenzó a hundirse. Instantáneamente se le acabó la valentía.
—¡Jesús! —gritó con todas sus fuerzas—. ¡Sálvame!
Cuando Pedro comenzaba a hundirse, Jesús extendió hacia él su fuerte brazo y tomándolo de la mano, lo levantó nuevamente.
—¿Por qué perdiste la fe, Pedro? —le preguntó Jesús—.
Sólo tenías que haber mantenidos los ojos puestos en mí.
Rodeó con su brazo al ahora silencioso discípulo y ambos subieron a la barca. Una vez que Jesús estuvo en la barca, el viento se calmó y se aplacaron las olas. Y la pequeña barca de pesca avanzó tranquilamente hasta la otra orilla del lago.
Jesús nos sigue diciendo hoy: “Sólo mantén tus ojos puestos en mí. ¡Aquí estoy para rescatarte! ¡No puedes hacerlo por ti mismo, pero no te preocupes, yo puedo salvarte! Sólo sigue confiando en mí”.
* Ver El Deseado de todas las gentes; p. 345.
MENSAJE
Somos salvos al mantener los ojos puestos en Jesús.
Mateo 14:22-32; Marcos 6:45-51; Juan 6:16-21; El Deseado de todas las gentes, cap. 40, pp. 345-352.