«Dichoso aquél cuyo pecado es perdonado, y cuya maldad queda absuelta». «Te confesé mi pecado; no oculté mi maldad. Me dije: «¡Confesaré al Señor mi rebeldía», y tú perdonaste la maldad de mi pecado». «La misericordia del Señor acompaña a todos los que confían en él. Ustedes, los hombres justos, ¡alégrense y regocíjense en el Señor! Y ustedes, los de recto corazón, ¡canten todos llenos de alegría!». Salmo 32: 1, 5, 10-11, RVC
CUANDO EL ESPÍRITU DE DIOS domina la mente y el corazón, el creyente prorrumpe en un nuevo cántico; pues reconoce que la promesa de Dios, de que su «transgresión ha sido perdonada y cubierto su pecado» (Sal. 32: 1), se cumple en su vida. Muestra pues a Dios arrepentimiento por la violación de su divina ley, y manifiesta fe en Cristo, que murió por nosotros.— Los hechos de los apóstoles, cap. 45, p. 354.
Teniendo tal perspectiva delante de nosotros, tan gloriosa esperanza, la gran redención que Cristo compró para nosotros con su propia sangre, ¿callaremos? ¿No alabaremos a Dios con voz potente, como lo hicieron los discípulos cuando Jesús cabalgó entrando en Jerusalén? ¿No es nuestra perspectiva mucho más gloriosa que la de ellos? ¿Quién se atreverá a impedirnos que glorifiquemos a Dios con todas nuestras fuerzas cuando tenemos esta maravillosa esperanza de gloria e inmortalidad? Hemos disfrutado las bendiciones del mundo venidero, y las anhelamos en mayor medida.— Primeros escritos, cap. 24, p. 143.
Por sus obras buenas, los seguidores de Cristo deben dar gloria, no a sí mismos, sino al que les ha dado gracia y poder para actuar. Toda obra buena se cumple solamente por el Espíritu Santo, y este es dado para glorificar, no al que lo recibe, sino al Dador. Cuando la luz de Cristo brille en nosotros, los labios pronunciarán alabanzas y agradecimiento a Dios. Nuestras oraciones, nuestro cumplimiento del deber, nuestra generosidad, nuestro sacrificio personal, no serán el tema de nuestros pensamientos ni de nuestra conversación; Jesús será exaltado, el yo se esconderá y se verá que Cristo reina supremo en nuestra vida.— El discurso maestro de Jesucristo, cap. 4, pp. 127-128.
Devocional Vespertino Para 2020. «Conocer al Dios Verdadero» «PARA FAMILIARIZARNOS CON LO QUE DIOS ESPERA DE NOSOTROS» Por: Elena G. de White Colaboradores: Pilita Mariscal & Martha Gonzalez