Señor todopoderoso, ¡felices los que en ti confían! Salmo 84:12, DHH.
¿Alguna vez te has encontrado sin dinero? Sí, sin dinero para el autobús, para pagar el alquiler o para comprar comestibles. Pues aquella vez estaba (L) Sin dinero. Nuestros ahorros se habían agotado y, aunque buscábamos trabajo, solamente encontrábamos algunos que exigían trabajar el día sábado, por lo que no lo tomábamos. Hacía dos semanas que lo único que nos quedaba era menos de la mitad de un euro, que no alcanzaban ni para comprar un trozo de pan.
Los últimos días habíamos estado alimentándonos con un poco de avena para el desayuno y pasta para el almuerzo. Los tomates, el calabacín, los pimientos y las berenjenas se habían terminado en nuestro huerto y lo único que quedaba era un poco de albahaca, con la que preparábamos la pasta. Nada de eso me preocupaba, pero el hecho de que los chicos se alimentaran con poca fruta o nada de verduras, me daba cierta intranquilidad. Así que llevé a mis hijos al médico (que era gratuito para nosotros) para que los examinara. Como faltaba más de una hora para ser atendidos, fuimos a dar un paseo a la plaza central de Tívoli, una hermosa y antigua ciudad, ubicada a unos 25 km de Roma, donde antaño veraneaban los emperadores romanos. En la plaza, sentada bajo un enorme pino, mientras mis hijos jugaban, conversé con el Señor. Le dije: «Señor, gracias te doy porque no necesito nada para ser feliz. No necesito objetos materiales, porque soy feliz con tu compañía. Sin embargo, hay algo que me preocupa: los chicos no se están alimentando bien, les faltan las frutas y las verduras. Si tú crees que está bien así, estará bien también para mí. Solo te pido que me ayudes a cuidar su salud».
Mientras aún oraba, una cincuentena de niños invadió la plaza. Tomaron columpios y juegos, desplazando a los más pequeños. Si bien, jugaron un rato, tan pronto como llegaron, así también se fueron. Al recuperar el columpio, mi hija vio algo que brillaba sobre la arena. Era un euro. No uno, sino cuatro euros con cincuenta céntimos que recogió con su hermanito. Apartamos cincuenta céntimos para el Señor y con el resto nos dirigimos hacia una verdulería cercana. Increíblemente, aunque era poco dinero, lo que compramos alcanzó para abastecernos de abundantes frutas y verduras durante dos semanas.
Dios nos ha dado pruebas indudables de su cuidado. Debemos recordar que, tanto durante los momentos alegres como durante los difíciles, Dios está siempre a nuestro lado. Reconozcamos su bondad y alabemosle con alegría. «Señor todopoderoso, ¡felices los que en ti confían!».
Tomado de: Lecturas Devocionales para Adultos 2020 «Buena Medicina es el Corazón Alegre» Por: Julián Melgosa – Laura Fidanza.
Colaboradores: Ricardo Vela & Esther Jiménez