Velad, pues, orando en todo tiempo que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del hombre. Lucas 21:36, RV95.
El pueblo Ngôbe, del territorio indígena de Cornte Burica, al sur de Costa Rica, está formado por personas maravillosas. Muchas de ellas, con las que he entrado en contacto como misionera de la Asociación Botas para Jesús, no escatiman esfuerzos para alabar al Señor. Pude comprobarlo en una ocasión en que caminaron desde el Progreso, donde viven, hasta el nuevo Salón Comunal, lo cual para muchos supuso tres horas de caminata, para participar en una vigilia de oración. No pude menos que preguntarme si estaría yo dispuesta a ese sacrificio.
Aquella ocasión fue especial, aunque tuvo su parte de prueba (una dulce prueba podría decir). Verás, ellos habían organizado una vigilia, pero nosotros, los misioneros, que habíamos pasado la jornada de sol a sol atendiendo a la gente, estábamos agotados y queríamos descansar. Solo había un problema: nuestro apartamento estaba a solo 300 metros del salón donde se congregaban ellos, que son pentecostales. Cantaron toda la noche, predicaron y dieron un testimonio detrás de otro. Algo que en circunstancias normales es maravilloso, a nosotros nos impidió dormir. ¡Más de diez horas de vigilia, con tal energía que fue un mensaje increíble para mí! Me quedé admirada y me llevó a preguntarme si yo realmente velo y oro todo lo que debiera.
Al día siguiente descubrí que no era la única que se había hecho esa pregunta. Durante nuestro viaje de vuelta, los miembros del equipo misionero nos pusimos a comentar el asunto, y finalizamos con una pregunta: ¿Será que hemos dejado de velar y orar? Es posible. Esta pregunta, que solo se puede contestar de manera individual (solo una sabe cómo está su salud espiritual), debe llevarnos a tomar decisiones, no solo a planteárnosla y ya está.
Fue Jesús quien nos dijo: «Velen y oren en todo tiempo». «Velar» es desvelarse, permanecer despierta relacionándome con Dios (no para ver la televisión). Poco antes, «les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre y no desmayar» (Luc. 18:1, RV60); era la parábola de la viuda y el juez injusto. De ella nos dice Elena G. de White que esa parábola se aplica específicamente al caso del pueblo de Dios en los últimos días. Esas somos tú y yo.
Amiga, velar y orar no son un deber, sino una necesidad. No la descuidemos.