El hombre bueno dice cosas buenas porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas porque el mal está en su corazón. Pues de lo que abunda en su corazón habla su boca. Lucas 6:45.
Era el verano del año 2010, y mis hijos y yo estábamos muy felices porque nos íbamos a ir de vacaciones, por fin. El día del viaje madrugamos bastante, pues la distancia hasta Nicaragua era mucha. Íbamos a disfrutar varios días en el hermoso paraje de Montelimar. No fue hasta que estábamos ya en pleno viaje que yo me di cuenta de que mi hija no llevaba ni un solo traje de baño en su maleta, y de que mi hijo había empacado muy pocas camisetas y muchos pantalones cortos, justamente al revés de como debería haber sido.
Lamenté no haber preparado bien el equipaje y, dándome cuenta de que realmente nos faltaban cosas que íbamos a necesitar, tuve que tomar la decisión de parar en el camino para comprar algo de ropa. Esto me hizo pensar en cómo estoy manejando la preparación que necesito para la vida eterna. ¿Estoy poniéndole cabeza a eso? ¿O estoy permitiendo que los afanes de la vida diaria me roben el tiempo que debo emplear en analizar, tomar decisiones y adaptar mi carácter a los requisitos de Dios?
El carácter es lo único que nos llevaremos al cielo, así que eso es lo que hay que trabajar y cultivar en este paso por la tierra. ¿Lo estás haciendo? ¿Sientes el deseo dentro de ti de ser más madura cada día, especialmente en aquellos aspectos a los que nos llama el evangelio? La prueba más grande de lo que hay en tu corazón (es decir, en tu mente, en tu carácter) es lo que sale de tu boca (tus palabras, tus temas de conversación, incluso tus silencios cuando debieras hablar). Analizar lo que dices (o callas) es un buen primer paso para tomarle el pulso a tu carácter. El resto, es cuestión de empezar; siempre, por supuesto, pidiendo la ayuda de Dios.
Hoy comparto contigo un primer referente. No son palabras mías, son palabras de Eleanor Roosevelt: «Las mentes grandes hablan de ideas; las mentes promedio hablan de sucesos; las mentes pequeñas hablan de la gente». Evita hablar de la gente, e intenta que tus palabras ayuden a otros a pensar, especialmente en las cuestiones de calado espiritual, Ten una lengua convertida que manifieste un carácter convertido.