Aquí estoy junto a la fuente de agua… Génesis 24:13.
Era un caluroso día de verano cuando salí a buscar un sitio dónde vivir. El lugar donde vivíamos en Roma era tan costoso que necesitábamos un lugar más acorde con nuestras posibilidades. Así que partí (L) rumbo al antiguo pueblo de Poli, donde vivían unos amigos que casualmente encontré en el autobús. Con preocupación me advirtieron que ese día, que era domingo, sería casi imposible encontrar un alquiler, por lo que me ofrecieron su ayuda para buscar un departamento durante la semana y, muy gentilmente, me invitaron a almorzar. Los acompañé, pensando que su vecino podría darme alguna información. Pero el vecino dormía, y yo, en lugar de almorzar, seguí mi camino pensando: No voy a comer hasta que haga lo que he venido a hacer.
Efectivamente, el pueblo estaba desolado. Busqué meticulosamente, quedando exhausta por el calor, hasta que me detuve junto a una fuente de agua. Allí recordé a Eliezer, el siervo de Abraham, y decidí clamar a Dios de la misma manera. Le dije:
‑Señor, estoy cansada de buscar, hace calor y no sé para dónde ir. He hecho todo lo que podía y, aun así, no ha servido de nada. Señor, ¡ni siquiera sé hablar bien en italiano! Por favor, ¡tráeme una solución a este lugar!
Estaba todavía orando en mis pensamientos, cuando pasó una señora suspirando. No entendí una palabra de lo que decía, pero alcancé a saludarla diciendo «Dio la benedica» (Dios le bendiga). Pocos minutos después, otra mujer pasó por el lugar y, al consultarla, me aseguró que el vecino de mis amigos podía darme alguna información. Apenas se alejó, vi que el susodicho venía pedaleando su bicicleta. Lo saludé con alegría preguntándole por lo que tanto necesitaba.
‑¡Claro, mi prima, tiene un departamento para alquilar! Puedes encontrarla ahora en aquella casa (señaló a unos 100 metros de distancia), la del toldo verde.
Al llegar allá, tres hermanas me recibieron afectuosamente. La primera, aquella señora amable que hablaba, a quien yo no le había entendido; la segunda, la que me había conducido hacia el vecino de mis amigos; y la tercera, la dueña del departamento que fue nuestro hogar durante los siguientes tres años. Ese día, las únicas personas que vi en el pueblo tenían una relación con el departamento que Dios había preparado para nosotros. ¡Alabado sea Dios por su misericordia! «Contaremos a la generación venidera las alabanzas de Jehová, su potencia y las maravillas que hizo. […] a fin de que pongan en Dios su confianza y no se olviden de las obras de Dios…» (Salmo 78:4, 7).
Tomado de: Lecturas Devocionales para Adultos 2020 «Buena Medicina es el Corazón Alegre» Por: Julián Melgosa – Laura Fidanza.
Colaboradores: Ricardo Vela & Esther Jiménez