Enfermedad mía es esta; traeré, pues, a la memoria los años de la diestra del Altísimo. Salmo 77:10.
Asaf gozaba de una condición distinguida. Como descendiente de Leví, se contaba entre los israelitas dedicados al servicio de Dios. Particularmente, su especialidad residía en la música. Cantaba de tal manera que embelesaba hasta al «dulce cantor de Israel». Fue precisamente el Rey David quien lo nombró director de la música vocal e instrumental y, de esa manera, tenía a su cargo las partes especiales y ceremonias más destacadas que se realizaron durante su reinado. Cuando David trasladó el arca del pacto a Jerusalén, el centro de la adoración a Dios, le encargó a Asaf que se ocupara de la música. Se dice que Asaf profetizaba con el arpa y, aunque se consideraba un hombre de visiones, paradójicamente, a veces le fallaba la visión.
En cierta ocasión, descubrió que algo no andaba bien. Estaba atravesando un periodo de preocupación y no podía dormir. En sus horas de desvelo, mientras pensaba en Dios, su ansiedad parecía aumentar. Sufría tanto que apenas podía suspirar; y entre quejas y quebrantos balbuceaba de esta manera: «¿Desechará el Señor para siempre y no volverá más a sernos propicio? ¿Ha cesado para siempre su misericordia? ¿Se ha acabado perpetuamente su promesa? ¿Ha olvidado Dios de tener misericordia? ¿Ha encerrado con ira sus piedades?» (Salmo 77:7-9). Sin embargo, en el mismo momento en que parecía desmayar, una luz se encendió en sus pensamientos. Es como si se hubiese dado cuenta que el problema no estaba fuera, sino dentro de sí; y curiosamente comienza a dialogar consigo mismo diciendo: «Enfermedad mía es esta; traeré, pues, a la memoria los años de la diestra del Altísimo. Me acordaré de las obras de Jah; sí, haré yo memoria de tus maravillas antiguas. Meditaré en todas tus obras y hablaré de tus hechos» (vers. 10-12).
En otras palabras, Asaf dio un giro a sus pensamientos y en lugar de hacer caso a su imaginación, dirigió su mirada hacia todas aquellas ocasiones en las que tuvo evidencias del amor y la bondad de Dios. Hacia los hechos poderosos que Dios había realizado en su favor y que eran innegables.
Así también te invitamos hoy a dirigir tu mirada hacia aquellos hechos irrefutables de la obra de Dios en tu vida. Recuerda especialmente el día en que te manifestó su más grande amor. Piensa en la cruz.
Tomado de: Lecturas Devocionales para Adultos 2020 «Buena Medicina es el Corazón Alegre» Por: Julián Melgosa – Laura Fidanza.
Colaboradores: Ricardo Vela & Esther Jiménez