«Fue traspasado a causa de nuestra rebeldía, fue atormentado a causa de nuestras maldades»(lsa. 53:5, DHH).
La corta caminata de Lee terminó cuando vio aquel animal a la orilla del camino. Era una mofeta que tenía una pata atrapada en una trampa de acero, y que había dejado la marca de un círculo en la tierra por la fuerza con que había tirado insistentemente de la cadena para intentar escapar. Lee se sintió mal por el animalito. Quería ayudar; pero no quería oler a mofeta. ¿Había alguna forma de dar auxilio sin pagar el precio?
Mientras se acercaba a aquel animal blanco y negro, Lee comenzó a hablarle con calma. Tendría que acercarse mucho para poder abrir el resorte de la trampa con el pie. Y cada vez que Lee se acercaba a la mofeta, esta daba una señal inconfundible de que estaba lista para atacar.
Lee trató de pensar en un plan, pero no se le ocurrió ninguna idea brillante. Si iba a ayudar al animal, tendría que aceptar que olería mal. Miró a su alrededor y encontró una rama con hojas. Trató de imaginar qué haría la mofeta mientras se acercaba con lo que parecía ser un arma. Y, efectivamente, el animalito malinterpretó sus motivos y comenzó a «disparar». Usando la rama, Lee empujó la parte trasera de la mofeta y mantuvo la línea de fuego alrededor de sus tobillos.
Lee avanzó en medio de la pestilencia hasta que vio que había abierto la trampa. La mofeta estaba libre, pero tan ocupada disparándole a Lee que no pudo darse cuenta de su libertad. Usando otra rama, Lee levantó la pata lastimada. Entonces, la mofeta salió a toda velocidad hacia la colina. Lee ni siquiera recibió una mirada de agradecimiento.
El rescatista volvió a su casa con mucho olor a la criatura que había rescatado. Mientras caminaba, pensaba en Aquel que vino en nuestro rescate, dispuesto a pagar el precio de nuestra liberación. Jesús entregó su propia vida para abrir la trampa por nosotros. Si salimos de la trampa, nos espera la libertad.